c u a r e n t a y u n o

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—¡Mi joven Boni! —Albert se agachó para tomar al niño de los brazos, ayudándolo a arrodillarse.

Boni estaba realmente pálido, casi podía pensar que alcanzaba los tonos verdes. Mantenía sus ojos cerrados, mientras de éstos caían lágrimas mientras sus labios le temblaban. Por la caída, su rostro se había llenado de tierra y nieve, con su nariz más enrojecida de lo que antes estaba.

Albert suspiró, comenzando a sacudir la nieve de la ropa de Boni, y volviéndole a colocar su gorrito, que se le había caído de la cabeza.

Boni hipó, restregándose el ojo con un quejido. Había fracasado; casi parecía imposible que el pequeño no llorara. Eso lo ponía mal.

—Señorito Boni... —comenzó a decir Albert, sacando una toallita húmeda de su capa para comenzar a limpiar la carita del menor—, debería tener más cuidado.

Boni soltó otro lloriqueo, sorbiendo su nariz.

Albert miró a Chelsey ladrarle a la ardilla subida en el árbol, agradeciendo que el animalito la mantuviera distraída, porque de otra manera la Galgo correría por todo el parque con el peligro de perderse y él tendría que correr detrás de ella, cosa que no le agradaba hacer para nada.

—Auch... —murmuró el niño y Albert volvió su atención a él. Boni se acariciaba sus manos vendadas, con un puchero abultando sus labios.

—¿Se lastimó las heridas? —dijo Albert, preocupado, tomando las manos de Boni.

El niño negó.
—Las muñecas... —respondió, sorbiendo su nariz otra vez—. Me duele...

—Debí pensar en que Chelsey le rebasa en fuerza —dijo Albert, comenzando a masajear las muñecas de Boni—. Lo lamento, ha sido mi culpa.

—No —negó el menor, mirando con sus ojos llorosos los movimientos de los dedos de Albert—. No fuiste tú... me mareé.

Albert frunció las cejas.
—¿Un mareo?

Boni asintió.
—Me siento mal... —dijo débilmente.

Albert lo comprendió al instante.

—¿Qué desayunó, joven Boni?

El aludido no respondió al instante.
—Nada...

—¿Cómo? —Albert detuvo sus masajes—. Señorito Boni, yo no puedo permitir...

—¡Yo sí quería comer, lo prometo! —se apresuró a decir Boni—. Pero le dañé la Tablet a... —Boni se mordió los labios, sin ser capaz de decir "padres". Después volvió a abrir la boca, con su voz temblándole segundos—: Y lo que... lo que me diste anoche... —Su garganta sintió un sabor agrio al recordar—. Vomité todo.

Albert abrió los ojos, sin tener algo que decir al respecto.

—¿Le ha hecho daño la comida? —dijo, al lograr articular, completamente angustiado—. ¡Pero eso no puede ser! Nosotros cuidamos y refrigeramos los alimentos con suma atención. Nada que se nos haya dañado ha sido ingerido.

—No lo sé... —Boni se miró el estómago, poniendo su mano sobre él—. Ésta mañana me sentía bien... pero ahorita sí me dieron ganas de vomitar.

Albert analizó la situación bien, encajando los sucesos desde la noche anterior, y de ese modo pudo comprender todo: La comida no le había caído mal al pequeño; acontecía que las fuertes emociones que lo atacaron la noche anterior con el tema del cobertizo y de seguro alguna otra cosa que le seguía, le provocó a su cuerpo una reacción, otorgándole náuseas. Y lo que ahora tenía, era claramente su cuerpo pidiéndole comida.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora