t r e i n t a y o c h o

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Las náuseas lo despertaron.

Boni abrió los ojos, exaltado. No sabía qué horas eran, pero podía sentir que su cabeza sacudía el mundo, y que su estómago estaba revuelto.

¿Le había caído mal la comida? Fue lo primero que pensó.

Intentó restarle importancia, pero la tarea se volvía cada vez más difícil, con el rebote golpeando su garganta.

Con esfuerzo, se sentó sobre el colchón en un quejido, abrazando su estómago mientras reprimía el vómito. Las cobijas de plumas se cayeron por sus hombros, y de inmediato sintió sus vértebras temblar por el frío que rondaba por la amplia habitación.

Levantó la cabeza para mirar la ventana. Por las veladas cortinas blancas entraba una tenue luz azulada que daba la señal de que apenas estaba amaneciendo.

Se encorvó en un quejido, apretando los ojos, con su estómago burbujeando de forma desagradable. Deseaba que se le pasara rápido, pues él era muy asquiento, y regurgitar le era horrible en gran manera.

Pero las náuseas empeoraron cada vez más, al punto de que Boni tuvo que levantarse rápidamente, con su mano cubriendo su boca, y corrió al baño. Sin tiempo para prender la luz, cayó de rodillas frente al inodoro, abriendo la tapa con velocidad y vomitó. Su estómago daba fuertes espasmos, devolviendo todo lo que había comido la noche anterior. Había sido más de lo que se imaginó.

Cuando quedó sin aire, por fin logró calmarse. A veces le daban arcadas, pero ya no había nada que expulsar.

Algunas lágrimas habían salido de sus ojos, y él se las limpió, soltando leves sollozos. Se dejó caer a la pared, recuperando el aire.

No sabía por qué había vomitado de semejante manera; él no había sentido que la comida que Albert le había dado haya estado mala, incluso dudaba que en esa casa tuvieran mal alimento. Sin embargo, a él ya le había pasado antes que la comida estaba dañada y no se dio a conocer su mal estado hasta la madrugada en que algunos niños se paraban para correr al baño, enfermos del estómago por varios días.

Pero, curiosamente, no sentía soltura.

Boni suspiró cuando pudo recuperarse, sorbiendo por la nariz, y se levantó. Bajó la llave, se lavó los dientes y las manos, y se tambaleó de vuelta a su cama, gateando por su suave colchón hasta llegar a su almohada. Se recostó, arropándose hasta la nariz, dejando que el calor de las cobijas lo reconfortaran.

Sus manos le temblaban levemente, y tenía miedo de volver a vomitar, pero entonces logró quedarse dormido nuevamente, sumergiéndose en sueños bonitos en los que sus hermanos le sonreían mientras le rodeaban, y sus Madres lo llevaban de la mano hasta... Nicolás.

Nicolás junto a Lucel y Elías.

Cuando sus ojos volvieron a abrirse, la habitación estaba iluminada por el frío sol de la mañana.

Sentía entre sus párpados las molestas lagañas que se formaron gracias a las lágrimas que había liberado por la madrugada.

Recordó la ocurrencia de hace unas horas y, escondiéndose bajo las cobijas, miró su barriguita, que estaba descubierta, seguramente porque se había movido mucho y terminó arrugando su pijama. La luz traslúcida caía en color gris, permitiéndole ver su ombligo.

Puso una mano sobre su piel blanquita, sintiendo su panza completamente normal. No le dolía, y ya no sentía náuseas.

No se quiso confiar, y se volvió a acomodar, cerrando sus ojitos para volver a dormir en tranquilidad, pues ciertamente el silencio en la habitación era relajante, con el único sonido de la fuente en el patio, y el color blanco esparcido del suelo al techo que le acogía como si estuviera durmiendo dentro de un gran algodón.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora