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Eran finales de septiembre, y el otoño poco a poco mostraba los bosques anaranjados con el paso del tiempo.

Boni, Elías y Lucel miraban por la ventana de la habitación tres la magnífica vista que daba al patio; las hojas de los árboles teñidas de amarillo, naranja y rojo... algunas caían de las ramas, llenando más el suelo de colores cálidos en la temporada fría; otras caían al riachuelo, siendo llevadas por la corriente.

—¡Miren! —señaló Lucel, con sus ojitos brillantes—. ¡Una ardilla!

Y, efectivamente, una ardillita estaba bajando por el tronco de un árbol; en su boquita tenía una bellota que era casi del tamaño de su cabeza. Con sus pequeñas manos tomó la bellota y la enterró bajo la tierra, dando pequeños golpecitos a la misma cuando el fruto fue escondido.

—¿Por qué hace eso? —se cuestionó Elías.

—Recuerdo que Mamá Isabel nos lo enseñó en Ciencias. —Boni acomodó sus codos sobre el borde de la ventana. Su brazo había mejorado bien—. Las ardillas, cuando llega otoño, recolectan la comida que más puedan para el invierno, y la resguardan en sus hogares o el suelo. Hay veces en que se les olvida dónde dejaron su bellota y así crecen los bosques. —Señaló la ardilla—. Ese bicho peludo es una ardilla de árbol, y esas no hibernan, por lo que necesitan recolectar suficiente alimento para no pasar hambre.

Elías asintió lentamente, para luego fruncir el ceño—. No recuerdo nada de eso.

—Pues claro —obvió Boni—. Siempre te duermes en clases.

Lucel formó su característica sonrisa cuadrada, mientras que las mejillas de Elías se pintaron de un tímido rojo.

Con una sonrisa bonita, Boni apoyó su mejilla regordeta sobre su brazo izquierdo.

Suspiró—. A veces me he preguntado qué se siente ser una ardilla.

Elías se rió—. Te preguntas cosas muy raras.

—¿Tú no? —Se volvió a enderezar, mirando a su hermano con entusiasmo—. ¿No te parece genial no tener que usar ropa y no preocuparte por nada más que dormir y comer?

—A mí me gusta ser un niño —dijo Lucel, palpando su suéter blanco—. Me gusta mi ropita y mi pijamita. También la rica comida que prepara Natalie y el amor de Mamis.

—Estoy con Lucelie —sonrió Elías—. Para nada quiero ser una ardilla. No quiero convertirme en la presa de serpientes y aves rapiñas.

Boni articuló un pequeño "oh", recordando—: ¿Ustedes sabían que las ardillas se pueden volver carnívoras?

—¿Qué? —preguntaron los contrarios al unísono.

—Eso es imposible —impuso Lucel y contó con sus deditos—: Las ardillas comen frutos secos, arándanos y bellotas; eso lo enseñó Mami Isabel. Ellas no comen carne.

—Sí cuando tienen mucha hambre. Hace poco se lo pregunté a Mamá Isabel cuando vi a una ardilla comiéndose a un ratón.

Los niños deformaron su rostro en horror.

—¡Qué asco! —se exalto el castañito, cubriéndose la boca.

La mirada de Elías se perdió en el aire—. Quedé traumado a los diez años de edad...

—Dímelo a mí —rió Boni—. Fui yo quien tuvo que vivir el momento. Tuve que ver toda esa...

—¡¡No te oigo!! —le interrumpió Lucel, tapándose las orejas.

Boni sonrió, divertido—. Carne...

—¡¡Noooo!! —Lucel se apartó de la ventana, tratando de huir, pero el mayor lo siguió.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora