o c h e n t a y d o s

18 5 11
                                    


A las diez y media de la noche, Mason tuvo que hacer mucho para llevar a los chicos a la habitación sin levantar sospechas ni ser vistos.

Ahora que tenía que hacer las cosas a escondidas —pues sabía perfectamente que sus padres no le dejarían traer a nadie a la casa, mucho menos a dos huérfanos con una mente poco saludable—, Mason pensó seriamente qué pasos seguiría de modo que no se metiera en ningún lío.

Cuando entró a la mansión, apagó las luces de su auto para que no se pudiera ver quiénes estaban dentro. Procuró ir lenta y tranquilamente. Los guardias lo saludaron en silencio y Mason les correspondió.

Lo primero que tenía que hacer, era desactivar las cámaras de seguridad.

Al parquear el auto en el garaje, Mason se giró sobre el asiento para ver a los jóvenes, que aún dormían profundamente. Nicolás tenía la cabeza caída para el frente de tal modo que no podía verse su rostro, y el pequeño Abel se aferraba a él como un koala bebé a su madre.

Pensó si era necesario despertarlos en el momento o esperar a apagar las cámaras de la mansión.

Decidió dejarlos dormir y salió del auto para salir del garaje a paso veloz. Pero, como debió haberlo previsto, en la salida se encontró con la mayordoma de narices, que pareció haberlo estado esperando.

Frenó a tiempo antes de que se hubiera estrellado con ella.

Sorprendido, apretó las manos y dio un paso atrás.

—¡Mi Señor! —sonrió ella—. ¡Qué bueno que ha llegado!

Mason apretó los labios, resistiendo las tentaciones de mirar el auto.

—Buenas noches, uh...

—Luisa.

—Luisa, bien.

Ella entrelazó las manos sobre su abdomen.

—Estuve esperándolo, mi Señor.

—Dime, Señor Mason, por favor.

—S-señor Mason. —Lo miró a los ojos—. Pedí que le prepararan una cena especial.

—¿Sí? —Mason metió las manos a sus bolsillos para ocultar su inquietud—. Gracias.

—¿No vendrá a comer?

—En un momento iré.

—Ah... bien... —La mujer se quedó quieta y de pronto miró el auto—. ¿No está el otro niño con usted?

Mason logró permanecer neutro.

—¿Qué otro niño?

—Um... el pequeño. —Se refirió al tamaño de Boni con su mano—. El de piel blanca.

—Su nombre es Boni.

—¡Eso!

—Debes aprenderte nuestros nombres —regañó Mason—. No puedes estar refiriéndote a ninguno de nosotros de manera irrespetuosa.

—Sí, señor. Discúlpeme. Um... —Luisa miró detrás de su hombro y volvió a verlo—. ¿Dónde está el Señorito Boni?

—Durmiendo —respondió—. Necesito llevarlo a su cuarto.

—Ah, ¿desea que le colabore con eso? Yo lo puedo cargar para que usted pueda ir a cenar tranquilamente.

Mason la estudió en silencio.

—No, gracias —dijo—, lo quiero hacer yo.

—¿Está seguro? Porque...

—Es mí decisión.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora