Boni esperó pacientemente a que Camelia llegara por él para llevarlo a visitar a Lucel como había prometido el día anterior. Los niños ya habían entrado a vacaciones, por lo que el bajito no tenía demasiado que hacer a la espera, agregando sus escasas ganas por entretenerse, ya que nada le divertía. Era el terrible efecto de la angustia.
Todo el día Boni se la pasó recostado en la cama, o sentado en la ventana. Únicamente salió para tomar su desayuno y almuerzo.
La habitación estaba sintiéndose congelada, y sus manitos ahora estaban heladas. Se había arropado lo mejor que podía con prendas gruesas y encima una cobija, pero seguía teniendo frío; no al punto de hacerlo temblar, pero era desagradable. Tal vez era por sus pies fríos también.
El niño se retiró de la ventana para tomar un par de medias gruesas, cubriéndose así sus pequeños pies, y se puso guantes en las manos. Se tocó las orejas, sintiendo por debajo de la tela lo frías que estaban. Pero no tenía orejeras, así que tenía que arreglárselas con la cobija.
Volvió a caminar hacia el marco, arropándose hasta los hombros, y se acurrucó, observando con sus ojitos apagados el patio a través de la ventana. Los árboles ya no tenían hojas, sin embargo, parecían seguir ahí gracias a las guirnaldas que enroscaron entre sus ramas.
Las bolitas los hacían ver bonitos. Y por la noche brillaban más gracias a las luces coloridas.
Lástima que las cosas ahora se sintieran tan diferentes.
Boni soltó un suspiro, levantando los ojos al cielo. Se encontraba nublado, lleno de nubes grises que casi parecían estar apretadas.
Ya no vería el cielo nocturno.
El golpe de la ausencia llegó a él tan repentinamente como siempre le sucedía. No podía evitar sentirse de esa manera; el recuerdo de la manera en la que Elías le dio la espalda al subirse en esa camioneta era realmente doloroso.
Sólo esperaba también estar en sus pensamientos como Boni lo tenía a él en los suyos.
Cerró los ojitos, arrinconándose más contra la esquina que formaba la ventana y el marco, cubriéndose con la cobija hasta la boca, abrazándose a sí mismo para recuperar algo de calor.
No sabía cuándo llegaría Camelia, pero quería que fuera pronto. Necesitaba ver a su Lucel, necesitaba a su hermanito.
Lo extraño era que él no sentía ganas de llorar; tal vez se debía a que los últimos días se la pasó de esa manera, y ya no tenía nada para expulsar. En su lugar, no hacía nada, y no expresaba nada. Era un simple vacío.
Pegó su cabecita al frío vidrio, manteniendo sus ojos cerrados.
Nunca se imaginó llegar a un tiempo así, con un malestar tan potente. No se sentía nada bien.
Inesperadamente, la puerta fue tocada.
Boni, de inmediato, despertó sus ojos, enderezándose, de modo que la cobija cayó por sus hombros.
Casi saltó del marco de la ventana, corriendo a la puerta. Por supuesto, un tremendo escalofrío lo hizo temblar al momento de exponerse al frío tan repentinamente, pero poco le importó: tal vez era Camelia la que le esperaba detrás de la puerta.
—¡Ya voy! —gritó cuando se detuvo un momento para arreglarse la mediecita, ya que ésta misma se le había desarreglado por dar un leve tropezón.
Al terminar con ello, volvió a caminar con velocidad hasta la puerta, tomando el pomo y abriéndola con emoción en su rostro. Pero esa misma expresión decayó cuando vió que quien estaba en la entrada no era Camelia, sino Nicolás, un Nicolás bien abrigado con un suéter de lana grueso color pantano que le cubría el cuello, unos pantalones largos y anchos negros, y unas medias abrigadoras y peludas color blancas.
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Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDA
Poesía¿De qué manera un infante percibe la vida? ¿Qué ocurre dentro de la cabeza inocente de un niño que fue criado en un orfanato dulce cuando se encuentra con el lado oscuro del mundo externo? Ser huérfano no era difícil para Boni. Su todo en la vida er...