v e i n t i u n o

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El silencio de la ciudad gobernaba en la pequeña habitación del hospital cuando ya no había nadie más que él. Nicolás estaba sentando en la camilla, con el gran conejo de peluche en sus piernas, y la libreta descansando sobre su pecho. Sus ojos escrutaban con detenimiento a los grandes ojos falsos del conejo, que reflejaban su rostro con gracia, mas la imagen era bastante opaca, por lo que apenas podía percibir su imagen rebotando sobre el vidrio de los ojos del peluche. Y era como si pudiera identificar una especie de vida en aquellos, como si de verdad el peluche le estuviera mirando; llegó al punto de esperar a que el conejo parpadeara o algo parecido, pero, aun cuando lo estuvo mirando casi por diez minutos sin pestañar, no pasó nada.

En un suspiro, cerrando sus ojitos, se dejó caer de espaldas en la almohada que descansaba acomodada en la cabecera de la camilla. Al volver a abrirlos, siguió observando a su conejo, al cual, por Boni, le bautizó como: "Orejas". El pequeño pálido le había dicho que a los peluchitos se les debían poner un nombre bonito, porque así tendrían una identidad, y ya no serían un simple peluche, sino tu peluche. Ciertamente, para Nicolás fue extraño saber que eso se hacía, puesto que él nunca había tenido uno.

Miró la libreta que seguía reposando sobre su pecho, y luego miró la caja con el roscón, la cual estaba cerrada sobre la mesita de noche. Era la primera vez que alguien le daba regalos, y lo peor fue que había sido la persona que él más detestaba. Lo que ahora ocurría era que Nicolás ya ni siquiera sabía lo que sentía; eran un revuelto de sensaciones indescifrables que se arremolinaban en su pecho, y nunca las había sentido antes, pero no le gustaba, porque le daban ganas de llorar, y él odiaba llorar.

Cuando era un niño más chiquito, en la época en la que él aún tenía papás, Nicolás veía que los niños se daban regalos cuando alguien cumplía años. Él al principio no sabía lo que significaba eso de "cumplir años", y su maestra le había explicado que era una conmemoración al día de su nacimiento, celebrando vivir un año más de vida.

Recordaba preguntarse por qué nunca se lo habían celebrado, pero la respuesta resultaba ser bastante obvia.

El tema de los cumpleaños con el tiempo para él se volvió algo realmente irrelevante, al punto de que ya ni siquiera recordaba su día de nacimiento. En verdad ya no le importaba, porque nunca sintió nada de lo que en ese presente sentía, recibiendo regalos por parte de un niño con el cual él nunca tuvo ninguna especie de comunión amistosa, ni siquiera de conocidos.

Las mismas preguntas surgían por inercia cada vez que veía a Orejas, o la libreta, o el roscón, y la que más se repetía era: ¿por qué?

No sabía si admirar al niño con ojos de gatito, o enojarse por su estupidez. ¿Si quiera lo que él hacía era estúpido? ¡Ya no podía comprender nada! Todo era tan confuso... Y no quería seguir pensando en ello, pero Boni le hacía más difícil la tarea, insistiendo en hacerse su amigo, visitándolo.

Sus ojos negros se dirigieron al cajón de la mesita de noche que reposaba a su lado.

Pensándolo unos largos segundos, Nicolás soltó a Orejas y se estiró con lentitud, doblándose sobre el colchón. Se sintió aterrar al sentir una leve punzada sobre su mano, mas no cedió y logró tomar la manija de madera blanca del cajón, halándola con algo de esfuerzo para poder abrirlo.

Relamió sus labios, mordiéndoselos.

Con cuidado de no llegar a tirar la libreta, que tenía el peligro de caerse de la camilla con él torcido de esa manera, metió su manito al cajón, sacando de allí la tarjeta que Boni le había escrito a puño y letra; por supuesto, su ortografía no era la mejor, pero Nicolás en ningún momento le prestó atención a eso.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora