d i e c i s é i s

27 7 21
                                    


Boni volvió a estornudar. Con un gemido ronco, se dejó caer sobre el colchón de su cama.

—Ah~ —Elías dejó el jarabe en la mesita de noche y, sacando el trapo húmedo del tazón con agua, lo escurrió y lo pasó por la frente de su hermano—. Esto te pasa por salir a la lluvia sin protección.

Boni soltó un quejido y tosió.

Elías se acercó al más bajo para arroparlo hasta el cuello, y acomodó la almohada bajo su cabeza. Su pequeña nariz de botón estaba roja de tanto haberse sonado y su piel estaba más pálida de lo normal; la fiebre lo mantenía cansado y con sus mejillas rojas y calientes, con su cabello hecho un nido.

Boni sorbió su nariz, cerrando sus ojitos nuevamente. Elías le miraba sentado desde su lugar con pena.

Boni se había estado culpando que Nicolás ahora esté en el hospital, pensando que si hubiera hablado con él, hubiera arreglado las cosas. Pero Elías sabía que las cosas no funcionaban así; si aquello sucedió, tenía una razón; si las cosas estaban siendo de esa manera, seguramente era porque Nicolás aún no estaba listo para que Boni se acercase a él; pero no se sabe si lo que suceda después de ese ahora sea bueno o malo.

Por suerte lograron salvar al menor, porque si hubiera muerto, quién sabe qué pasaría con Boni; qué llegaría a pensar. Sin embargo, a pesar de que Nicolás se había salvado, Boni había estado en un decaimiento; se comenzó a comportar distante desde que Camelia lo había entrado al orfanato nuevamente ese día, con él mojado de pies a cabeza. No había contestado ninguna de las preguntas que le había hecho la mayor y se limitaba a bajar la cabeza, negar o asentir. Y ahora estaba enfermo, con una fiebre de la que preocuparse y mucha congestión nasal, sin querer hablar ni poder moverse sin que la ropa le hiciera arder la piel. Estaba tomándose las cosas demasiado mal, pero había que comprender al pequeño de corazoncito delicado.

Muchas veces Elías había querido sacarle una conversación para distraerlo o intentar hacerlo sonreír, pero simplemente el pálido ni siquiera le miraba; y eso lo lastimaba.

La puerta de la habitación tres se abrió, a lo que Elías se volvió.

Lucel entraba junto con Julián y la enfermera del orfanato. El castañito llevaba entre sus pequeñas manos una bandeja de plata en la que había una taza de sopa caliente, mientras que Julián y la enfermera lo acompañaban por detrás, cuidando de que no se le fuera a caer.

Julián lo miró.
—¿Cómo está? —preguntó con voz suave, refiriéndose a Boni.

Elías miró a su hermano y se encogió de hombros con simpleza.

Lucel llegó a su lado con la sopa. Miró a Boni, y luego volvió su vista a Elías con sus ojitos rasgados, abiertos.
—¿Está dormido? —susurró.

—No lo sé —contestó él—. ¿Estás dormido, Boni?

Los presentes miraron al menor, esperando una respuesta o reacción de su parte, la cual llegó segundos después, abriendo Boni sus ojos, con su mirada dirigida a los contrarios.

Lucel se acercó a la cama.
—Te traje una sopita caliente —dijo con voz tierna—. Um... Mamis dicen que la tomes para que te sientas mejor.

Boni miró la sopa sobre la bandeja que Lucel sostenía y volvió a cerrar sus ojos.
—No quiero... —habló con la voz ronca.

Lucía se acercó ahora a la cama, tomando la bandeja de las manitos de Lucel, quien hacía un puchero por la salud de su hermano.

—No es un favor, Boni —dijo la mujer, sentándose en la cama—. Debes de tomarla o no sanarás.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora