c i n c u e n t a y s e i s

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Albert se encontraba ocupado con unas cartas, leyéndolas una por una. Llevaba horas en ello y no había logrado concluir. Atrás de él, Mason le ayudaba a organizarlas en los archivos en orden alfabético y por fecha, buscando hacerle la tarea menos pesada y acompañarlo en silencio.

El mayordomo estuvo todo el día trabajando, yendo de aquí para allá sin parar como le era costumbre hacer, pero no podía evitar sentirse preocupado por su querido Boni; el pequeño joven se había ido con sus amigos, y aunque Albert estaba feliz porque había logrado conseguir grandes personas en su vida, temía que algo le sucediera.

Él conoció lo delicado que era el cuerpo de Boni una tarde que, a los trece años, no vio por dónde caminaba y se tropezó con un tapete levantado; en la caída, su tobillo se torció gravemente y no pudo caminar por dos semanas; también una noche se dio un golpe en el brazo con un mueble, y al día siguiente tenía un moretón nada lindo, como si lo que le hubiera golpeado venía a una increíble velocidad. Por eso lo cuidaba demás.

Recordó cuando unos días atrás llegó del colegio con un golpe en la cara. Boni no le quiso responder qué le sucedió, pero Albert sabía perfectamente que seguían abusando de él en su colegio.

Él no quería dejarlo allí, puesto que no era la primera vez que llegaba lastimado y ya comenzaba a enfadarle que no se hiciera nada al respecto. Albert sabía que Boni no se defendía y eso era lo que más le preocupaba. Pero no podía hacer nada más que sanar sus heridas y decirle que todo iba a mejorar, aunque no fuera verdad.

Y ahora que Boni estaba afuera solo, temía que algo grave le pasara.

Si fue difícil de cuidar de Mason cuando era un niño, Boni, siendo más inquieto, curioso y frágil, lo era muchísimo más.

Suspiró, dejando una carta a un lado.

—¿Hay algo que te esté molestando, Albert? —preguntó Mason a sus espaldas, revisando los nombres y fechas de las cartas. Su voz era gruesa y adulta.

Mason había crecido mucho; ahora era un hombre de diecinueve años, grande y alto, y su tiempo como estudiante había terminado hacía dos años, por lo que ahora se encontraba ocupado en otro tipo de estudios.

En el tiempo que estuvo más solo que de costumbre, Mason tuvo una oportunidad para pensar, y había logrado madurar en muchos aspectos, incluyendo a Boni en el caso, ya que un día simplemente dejó de molestar al chico y le dejaba vivir tranquilamente en la mansión. Aunque Albert se seguía preguntando qué sentía por él, pues nunca tocaba el tema, y en ese momento temía hacerlo.

Como Albert no le respondió, Mason dejó lo que hacía para mirarlo. El mayordomo pudo sentir que Mason comenzaba a tener sospechas.

—Albert —volvió a llamar.

—No es nada, Señor —dijo Albert, tomando otra carta—. Sólo pienso.

—¿En qué piensas?

—En nada que sea importante. No se preocupe, Señor McDuffen.

—Albert.

El mayordomo apretó su boca.

—No hay nada que ocultar, ¿cierto? —indagó Mason con un tono de suspicacia.

Albert de inmediato se giró para mirarlo.
—No, para nada, mi Señor. Eso jamás —se apresuró a decir.

—¿Entonces qué pasa con esa evasión?

—No tiene que ver con usted, Señor Mason, se lo aseguro.

Mason enarcó una ceja.

—Lo que sucede... —Negó con la cabeza—. Es que no le quiero incomodar con el tema.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora