c i e n t o t r e s

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Mason no logró dormir en toda la noche. Dentro de su cabeza había una discusión demasiado ruidosa: ¿decirle o no a Boni? ¿Seguir con el concurso o no?

Argumentándose una vez tras otra, Mason trató de concretar cuál era la mejor decisión, pero ambas terminaban siendo igual de arriesgadas contra el bienestar de Boni.

En un punto de desesperación había pensado en ir a hablar con Albert, pero no quería molestarlo a horas tan tempranas; no obstante, fue el mayordomo quien llegó a su puerta cuando eran aproximadamente las cuatro de la madrugada.

Cuando Mason abrió, se lo encontró allí parado, pareciendo apenado por haberlo tomado por sorpresa. Pero su rostro plasmaba un claro gesto de temor y preocupación.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Mason en voz baja a Albert.

—¿Lo desperté, Señor?

Mason negó con la cabeza.

—No he podido dormir... —murmuró, pasando sus dedos entre su cabello y miró de nuevo a Albert—. ¿Qué necesitas?

—No quiero ser irrespetuoso con el Señor Mason, pero necesito saber... —Albert relamió sus labios, volviendo a una postura más tranquila a duras penas—. ¿Qué fue lo que hablaste con el doctor?

Mason había sospechado que Albert había aparecido por eso. Seguramente tampoco había podido dormir bien.

Antes de decirle cualquier cosa, Mason dejó que Albert entrara a su habitación. El mayordomo se sentó en su cama, para así poderle escuchar con mucha atención.

Mason se dirigió a su escritorio como primera cosa, y de él tomó el documento escrito que el doctor le había dado. Se lo entregó a Albert para que lo ojeara.

—Es el diagnóstico de Boni —dijo Mason—. Si bien puede ser tratado y Boni puede mejorar, su estado está más inestable de lo normal porque no le prestamos la atención adecuada. Cualquier fuerte emoción podrá provocar que Boni se infarte.

Albert separó sus ojos del diagnóstico para mirar a Mason con angustia.

—Lo más saludable para él será que se quede quieto y tranquilo para que reciba su tratamiento —continuó diciendo—. Si todo va bien, entonces mejorará y no habrá riesgos para su vida.

Albert dejó la hoja a un lado para poder rapoyar sus codos sobre sus rodillas y tomarse la barbilla. Sus ojos oscuros se perdieron en el aire, ahora oscurecidos por una capa de sombra.

—Mi Boni... —murmuró Albert—. No podemos permitir que eso le suceda. —Levantó la mirada a Mason—. ¿Cómo le diremos que debe dejar la competencia?

—Si le decimos que depende de su vida abandonarla puede que lo comprenda, pero nada impedirá que se sienta mal, y eso es justamente lo que quiero evitar.

Albert soltó un suspiro y se tomó el rostro.

—¿Qué hacemos? —preguntó, más para sí mismo.

Mason lo estudió detenidamente y su rostro se llenó de culpa.

—Fue por mí.

Al escuchar dichas palabras, Albert miró a Mason de nuevo.

—¿Por qué dices eso? —preguntó y frunció el ceño—. Mason, no es momento para que...

—Piensa, Albert. —Mason se sentó a su lado—. Fui yo quien causó la mayor parte de su sufrimiento cuando llegó. Lo traté mal y lo hice sentir que no hacía parte de la familia. Por cuatro años Boni tuvo que vivir sintiéndose alejado de su hogar porque yo le provoqué ese aislamiento. —Se pausó un momento para tragarse la amargura—. Si no hubiese sido tan cruel con él, no estaría así...

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora