Interludio 4: La historia esparcida por los bardos

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La brisa era fresca en la explanada del principal del reino, mas no era suficiente para apaciguar el calor de una noche alegre entre los habitantes de Arabella.

A la luz de linternas colocadas estratégicamente, antorchas de puestos dedicados a vender pequeños bocadillos nocturnos e infinida de hadas del tamaño de un Saphire, gran parte de los habitantes disfrutaban de una tradicional velada.

—¡¡Pronto la Paz de Stella derrotará a la reina!!

—¡¡¡Lisa morirá!!!

—¡¡Lo han logrado!! ¡¡Encontraron cómo vencerla!!

—¡¡Una copa!! ¡¡¿Dónde puedo conseguir más de una copa aquí?!! ¡Minerva! ¡No quiero ir hasta la taberna!

La flautilla resonaba como un lamento agradable, evocando agradables emociones en los corazones de cuantos los escuchaban. Los más entrados en estado alcohólico se animaban a bailar solos, haciendo el ridículo con sus torpes movimientos, pero felices con provocar las risas de las damiselas y de los inocentes chiquillos que, con pequeñas resorteras y piedras pequeñas explosivas, ponían su parte adornando con mini fuegos artificiales.

«¡La Paz de Stella está por ganar!»

Oh, como hacía felices a todos en Arabella escuchar eso. Seguramente lo mismo ocurría en otros lugares a lo largo del continente. O quizás no, no había manera de saberlo. Pero mientras provocara una noche tan entusiasta como aquella, mientras las almas de todos rebosaran esperanza y alegría, ¿qué más daba?

Valientes (o quizás tontos) hombres de variadas edades tomaban valor para acercarse a las mujeres y pedirles una pieza de baile. Muchos de ellos fracasaban, siendo el blanco de más burlas y risas. Otros tantos sacaban a ruborizadas chicas, sintiéndose los hombres más afortunados del mundo. Era una noche muy especial, ¿por qué? ¿Qué garantizaba los rumores?

No importaba.

—Oye, niña, ¿no quieres bailar?

Un vivaracho chico, de no más de catorce años, tendía su mano a una chiquilla sentada en la fuente junto a quién quizás era su hermana mayor.

Con un cabello albino, tan radiante que la capucha no podía ocultar, ojos de distinto color y un aura de misticismo que no se podía explicar, el chico risueño se había propuesto hacerla su compañera de baile.

Sus piernas se movieron de un lado a otro, en un intento de alardear sus pasos para convencerla. Algunos compañeros de su camarilla notaron su intento y permanecieron expectantes por la respuesta, listos para vitorearlo o burlarse: cualquier resultado los haría felices porque veían a los mayores comportarse de la misma manera.

Sin embargo, ajena al festivo ambiente, la chica de cabellos como la nieve no sonreía. Sus luceros anómalos incluso reflejaron fastidio ante la cercanía del otro. Si alguien la hubiese visto y dijera «Santa Minerva, pareciera como si esa niña quisiera matarlo» no habría exagerado.

—No quiero —respondió a un chico cada vez más nervioso.

—Vamos, Gabrielle —terció su "hermana" sentada a su lado. Las finas gotas de la fuente empapaban ligeramente sus cabezas—. Mézclate un poco, es mejor así.

—¡Pero no quiero! —gritó con tanta fuerza que todos los curiosos escucharon—. Vete, niño, ¿no sabes quien soy? —Adoptó una pose que consideró genial—.  Gabrielle "Odd-eyes" McCloud, esa soy yo. Tengo asuntos más importantes que atender esta noche tan ruidosa. Si tanto quieres mi atención  te ruego comiences por marcar distancia o si no podría quemarte con mis increíbles poderes.

El interés del chico por la hermosa niña se esfumó de golpe, como un globo recibiendo un avasallador pinchazo. No sólo por el evidente rechazo, que provocaba las risas de sus compinches, sino por la misma forma de expresarse, esas poses raras y ese aire de exasperante superioridad. Sin decir más simplemente dio media vuelta y se fue muy molesto.

Blumengarten: Sobreviviendo en este mundo como una chica murciélagoWhere stories live. Discover now