Estaba realmente cansada. Tener que encargarme del entrenamiento de esa pequeña Akubat ocupaba demasiado de mi tiempo. Esta mañana incluso había sido más difícil de lo normal por culpa del frío extremoso que había caído sobre la región.
Mis piernas se congelaban, así que tuve que atacarla con mayor vehemencia a lo usual para calentar mi cuerpo. Me sorprendió un poco, pero Korelia fue capaz de soportar el ritmo por bastante más tiempo de lo esperado. Comprendía lo difícil que era moverse mientras no estuviera acostumbrada a sus nuevas armas, y aun así se estaba esforzando por mejorar.
Tenía agallas. No me inspiraba demasiada confianza una Akubat como ella, pero tenía que admitir que al menos ponía todo de su parte para no causar problemas. Además, si Gupta me decía que podía relajar mi recelo hacia ella, bastaba para mí.
—Miren quién llegó.
—Oye, Ditzel, ¿quieres darte prisa?
Hacía media hora que había dejado los bosques. Tras un pequeño, casi nulo, daño en la cabeza, el entrenamiento de Korelia tuvo que ser suspendido. Ahora estaba de regreso en el gremio, donde un grupo de idiotas, los únicos restantes de mi generación, esperaban mi llegada. Con Lächelnd tonteando por allí, era la única que podía ayudarlos a estudiar.
Sí, a pesar de que este era mi último año como aprendiz de cazador, aún tenía mucho que aprender. ¿Esperaban que al final solo se tratara de aprender a cazar bestias sin más?
Después de cada tarde —o mañana en el caso de los días de descanso— vendría al gremio a repasar un poco con estos odiosos. No era de mi gusto hacerlo, pero Lächelnd me había hecho prometer que al menos lo intentaría. Así es como ahora estaba ayudando al resto a memorizar sobre el diferente refinado que podía hacerse a las armas, los mejores materiales para esto y los minerales mejor valorados por los mercaderes.
No solo podía extraerse minerales de las montañas. Había ciertas variedades de wyverns cuyas escamas eran tan duras como estas, estas eran las más valoradas. A los aventureros o héroes generalmente esto no les importaba. Un batir de un arma, un conjuro poderoso, y volarían a las bestias en pedazos, desperdiciando tan preciadas recompensas. Cazar era toda un arte, había muchos métodos para hacerlo, adaptándose al tipo de monstruo y los materiales que uno quería obtener de él.
Para mí, la caza era todo un arte. No toleraría que alguien intentara manchar tan honorable profesión, profesión que mis padres habían realizado hasta el último de sus días.
—Miren —susurró uno de mis compañeros, media hora más tarde—. ¿No es Rohde?
—Está con la Akubat.
Me volví en mi asiento para mirar mejor. Era verdad, Lächelnd entraba en aquellos momentos al gremio junto a Korelia. En verdad le gustaba mucho hacerse amiga de otras especies. En fin, mientras no vinieran a molestar no pasaba nada, ella sabía perfectamente que, tras el entrenamiento, quería descansar un poco de la orejona. Una vez que ambas se sentaron, aparentemente sin vernos, en el otro extremo del local, regresé a lo mío.
Pero mis acompañantes no parecían tener la misma capacidad de concentración.
—Cielos, ¿no es demasiado linda?
—Sin duda. Rhode... ¡Quisiera casarme con ella!
—Es inútil. Ella no se interesa por nada que no sea una chica o mitad monstruo.
—Bah, esos son solo rumores. ¿Verdad, Adalia?
Arqueé las cejas. ¿A mí que me importaban las preferencias de mi única amiga?
—Sigue con lo tuyo, Dust —regañé.
—Vamos, vamos... Quiero decir, es tan amable. Incluso pierde su tiempo con la asquerosa Akubat. ¿No es casi como un ángel?
—La Akubat no es tan mala —repliqué—. Y, Dust, ¿puedes guardarte tus idioteces para cuando terminemos de repasar? A ver, ¿ya te memorizaste las nueve formas de fracasar al realizar antídotos a base de la sangre de salamandra?
—Me los puedo aprender cuando quiera —confesó con un puchero. Cielos, era demasiado idiota—. Pero en serio, Adalia... ¿Es verdad que entrenas a la Akubat? ¿Te darán una promoción por eso?
—Métete en tus asuntos, Dust.
—¡Eso es un sí! ¡Qué suerte! ¿No necesitas ayuda? No veo justo que recibas una promoción como Rhode solo por jugar con una niña. Quiero decir, ¿qué tiene eso de importante comparado con todo lo que ella ha hecho?
—Si no te callas voy a golpearte de nuevo, esta vez en las bolas.
Una hora más tarde me encontraba dando vueltas por la villa, arrastrando los pies en la gruesa capa de nieve. Como odiaba a Dust, pero había dicho algo que venía dando vueltas en mi cabeza desde el primer día en que entrené a Korelia.
No era nada comparado con lo que Lächelnd hacía.
Ni siquiera el sonido de los cánticos, que de pequeña tanto me emocionaban, me animaba en aquél momento. Decidí comprar un poco de chocolate caliente de un mercader antes de buscar un sitio donde sentarme.
Ella... Mi amiga era realmente genial. Tan solo desde su primer año había estado siempre detrás de ella, asombrada por la gran energía que siempre irradiaba a su alrededor. Mientras yo, la torpe Adalia, erraba en el uso de las hierbas más comunes y caía en sus propios prototipos de trampas, Lächelnd ya había cazado su primer wyvern pequeño, además de arrebatar un par de plumas al entonces gran basilisco que custodiaba el gran valle.
Nunca la envidié. ¿Cómo podía envidiar a la persona que estuvo a mi lado para alentarme cuando recibí la noticia de que mis padres habían muerto durante aquella cacería? Me encontraba ya en el segundo año de entrenamiento cuando pasó, y ella siempre estuvo allí, sonriendo siempre, aunque bien sabía que compartía mi dolor. Eso era sin duda lo que más admiraba de ella, por eso, quería ser como ella.
Pero la diferencia de habilidades entre ambas se hacía cada vez más abismal. ¿Por qué? ¿Por qué por mucho que entrenara sola por largas horas no me hacía alcanzarla? No lo sabía. Al menos Dust tenía razón en eso: Lächelnd era inalcanzable como una estrella.
Eso bastaría para resignar a cualquiera, supongo. Sin embargo, yo solo me motivé aún más. Si ella volaba, cual hermosa ave zafiro por los cielos, entonces yo correría por siempre detrás. Si ella era la mejor cazadora de todo el mundo, entonces yo sería la sombra de la mejor cazadora, la eterna segunda, nunca menos y siempre esforzándome por ser más.
Suena un poco patético, ¿no? A veces me pregunto si estoy equivocada con esta manera de pensar, pero no importa. Siempre he estado bien así.
El pequeño bote de madera aun humeaba en mi mano, con el último sorbo de chocolate en él. Lo bebí, logrando al fin componer una pequeña sonrisa.
No tenía caso pensar en lo mucho o poco que había hecho. Me encargaría de entrenar a Korelia, de enseñarle todo lo que sabía sobre combate. Sería una dura maestra, todo por la promoción, por la oportunidad de seguir detrás de mi mejor amiga. Puerto dorado nos esperaba, participaríamos en el último asalto que derrocaría a la reina Lisa.
Y, si para eso tendría que dejar atrás mi fobia a los semi-humanos, bueno... Estaba dispuesta a intentarlo.
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Blumengarten: Sobreviviendo en este mundo como una chica murciélago
FantasyTras el asesinato de su familia a manos de un incomprensible ser, Korelia es arrojada a un mundo fantasioso, donde adopta la forma de una las criaturas más aborrecibles del lugar: una semi-murciélago. No por su apariencia, sino por la mala fama de l...