Capítulo 08: El viejo Tuxdel (3)

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III.


Atravesamos los pastizales hasta llegar a las mesas donde solíamos comer. Más allá de allí se extendían grandes árboles similares a encinos. Era basto, lleno de maleza, pero con una vereda hecha por el humano (o por los elfos, vaya) para atravesarlo.

—¿Freya? —dije con voz temblorosa—. ¿No dijiste que el lago es peligroso?

—Sí, Bauch y Täusch también evitan ese lugar. Pero... no iremos muy lejos. Leona no nos mandaría a un sitio feo, ¿verdad?

La respuesta de Freya no me calmó precisamente. No parecía haber más que saltamontes, mariposas ni molestos mosquitos. Eso me inquietaba.

¿Leona no nos mandaría si fuese peligroso? Algo me decía que no confiara en el juicio de esa mujer.

Era un cambio notorio. Con la altura y frondosidad de los árboles la penumbra provocaba un contraste marcado al compararlo con la granja. «Saltando de la luz a la oscuridad» fue mi primer pensamiento.

La vereda pronto se perdió, entre cada tronco plagado con musgo había cada vez más distancia en aquel terreno cubierto de hojas secas.

—Hace tiempo que Leona no hace mermelada —comentó Freya la mar de contenta—. Espera y verás, ¡con pan sabe bien! Será bueno comerlo mientras Rookwod nos cuenta un cuento.

—Yo creo que debemos regresar —insistí—. ¿No hay otro lugar con bayas?

—Mmm, creo que en las hortalizas del viejo Tuxdel, pero...

—¿Pero?

—Ya te lo dije, Korelia, no es bueno ir allí —recordó—. Además, ¡ya llegamos!

No mentiré: el claro en el que se encontraba el lago era agradable. El pasto parecía más corto alrededor, y el agua era tan clara como para asemejar un espejo. Era un sitio muy amplió, el lago bien podría ocupar el mismo espacio que los pastizales en la granja.

Cantos de pájaros, y algún animal que no podía identificar (seguramente un porchi salvaje en la lejanía) le daban un toque natural a todo. Ya no había silencio, ¡que bueno!

De cualquier modo, no me sentía tranquila. Incluso parecía que el cielo se hallaba encapotado, como si de pronto una tormenta hubiese decidido amenazar bosque adentro. Casi podía imaginar una bestia acechándonos desde la maleza. ¿O de verdad lo estaba escuchando?

—¡¡No!! —gritó la niña y yo di un salto del susto—. ¡No hay ninguna!

Giré mi cabeza a la derecha. Freya estaba a unos metros de mí, arrodillada frente a un montón de arbustos. En su momento grandes bayas habrían adornado su verdor, ahora... nada.

—¡Se las comieron todas! —se quejó, mitad enojada, mitad decepcionada—. Yo quería mermelada...

Miré con detenimiento la escena del crimen. No había ninguna rama rota en esos arbustos, las hojas estaban intactas y en general no había signos de rudeza. No era una experta, pero estaba segura de que cualquier animal al comer bayas haría un desastre a menos que fuera algo más inteligente como un mono.

Sentí un frío inmenso recorrer mi cuerpo al poner más atención en el suelo. Docenas de huellas apenas podían distinguirse entre la hojarasca. No eran de zapatos o pies normales; eran... pequeños... circulares... Por alguna razón me provocaban nostalgia, como si los hubiese visto antes.

Las bayas no habían sido devoradas por una bestia, sino recogidas por un ser inteligente.

—Freya, ya vámonos...

Blumengarten: Sobreviviendo en este mundo como una chica murciélagoWhere stories live. Discover now