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Aun encerrada en aquél sótano, lejos de la vista de todos, la pequeña podía escuchar la escandalera de los pisos de arriba. Gritos dando órdenes, algunos más de dolor, el crujir de muebles siendo destruidos y el choque de armas metálicas eran suficientes para asustarla. Se encogió en un rincón, lejos del cadáver de su compañera de prisión, la cual tenía ya dos semanas de estarse pudriendo.

—Hermana... —gimoteó—. ¿Dónde estás?

Lagrimas amargas surcaban sus mejillas, empapando los harapos que ya habían sido desgarrados por aquellos miserables que parecían sufrir en aquellos momentos. No intentó enjuagarlas, simplemente dejó que la tristeza, el dolor y el hambre la consumieran poco a poco. Se abrazó a sí misma con aquellas extremidades nada humanas, ¿por qué había sido convertida en aquél esperpento? ¿Era acaso este su castigo?

Se arrepentía, se arrepentía sinceramente de la manera en que había actuado. Sin embargo... sabía que lo merecía, había hecho cosas realmente malas. Su hermana jamás la buscaría. Continuó con su silencioso llanto, deseosa de que todo terminara. No soportaría otra noche siendo exhibida, sufriendo los maltratos de aquella extraña gente, no quería pasar una noche más sirviendo de entretenimiento para nobles degenerados, dispuestos a hacerle lo que sea inclusive a una repulsiva como ella.

Es por ello que al abrirse con violencia la rampilla, dejando entrar a aquella figura alta con una antorcha en la mano, ni siquiera se volvió a mirarla. No hiso el menor movimiento, esperando que quien quiera que estuviese allí la atormentara o la asesinara, cualquier cosa...

No importaba más.

—Oye, ¿puedes escucharme? —dijo aquella acelerada voz—. ¿¡Oye!?

—¡No te la llevarás! —gritó una voz más hostil. Pasos apresurados se escucharon llegar—. ¡Es nuestra fortuna! ¡Púdrete!

Más espadas fueron desenvainadas.

La antorcha cayó al suelo.

Aquella esclava solo pudo encogerse aún más al comprobar de reojo que la alta figura, ahora en penumbras, se encontraba completamente desarmada. Los gritos de dolor, el crujir de los huesos al ser cortados por brutales movimientos la aterraron. Pero, no era capaz de reaccionar.

Sintió un tacto firme, obligándola a volverse. Oh, ¿acaso se desquitarían con ella? ¿Volvería a ser abusada únicamente porque algún tonto trajo problemas? Quería dejar de respirar, cerró los ojos esperando lo inevitable.

—Oye... Necesito que reacciones.

Aquella voz...

¿No había muerto?

—Creí que ya eran todos —continuó—. Descuida, creo que puedo encender de nuevo la antorcha... A ver... ¡Sí! ¿Lo ves? Ya estás a salvo... creo.

La pequeña se recargó en la pared, mirando fijamente al extraño o, mejor dicho, extraña. A la luz del fuego podía apreciarse una chica que bien podría encontrarse a la mitad de sus veinte. Su vestimenta no parecía la propia de un combatiente, carecía de armadura o protección contra las espadas o látigos que sus captores solían usar. Aun así, toda la sangre que cubría su esbelto y proporcionado cuerpo no le pertenecía.

Allí, con la sangre de sus enemigos empapando sus brazos, sonreía con la intención... ¿Qué intención? Verla así era espeluznante, no podía sentir otra cosa más que terror. Seguramente aquella chica no era mejor que los hombres de antes.

¿Y qué más daba?

Miró atentamente como esta extraña mujer se paseaba por la habitación, sin mudar el gesto ante el hedor a heces y muerte que allí abundaba. Notó como esta fruncía el ceño, apretando los puños, al encontrar el cadáver de la otra pequeña que antes había vivido allí, hasta aquella noche en que un grupo de diez hombres decidieron usarla a la vez.

—Este no es lugar para ti —dictaminó la chica. Regresando sobre ella, le extendió la mano—. Vamos, los caballeros del reino no tardarán en llegar y yo... no tengo buenas relaciones.

Pero la niña no se movió. ¿Era mucho pedir que todo terminara? ¿A dónde la llevaría aquella chica? ¿A un lugar mucho peor?

—¿Quién eres? —preguntó al fin—. ¿Qué quieres de mí?

—Me llamo Amanda Lindamatista o bueno, ese era mi apellido antes de perderlo —agregó, encogiéndose de hombros—. ¡Como sea! Solamente quiero sacarte de aquí, ninguna pequeña merece vivir lo que has pasado.

—Te equivocas...

Bajó la mirada, dispuesta a dormir un poco.

Ya se marcharía aquella chica, ya llegarían los caballeros. ¿Qué harían con ella? Probablemente matarla, o talvez simplemente volverían a encerrarla. Después de todo lo que había pasado no esperaba que tuviese algún motivo para seguir respirando. Con aquella forma, no había manera en que pudiese salir adelante. Salir adelante... ¿Para qué? ¿Por qué querría seguir allí? Si tuviese un arma, seguro la usaría en aquél momento para dejar de pensar.

Una suave caricia en la cabeza la sobresaltó. La vivida imagen de una chica universitaria haciendo lo mismo, durante el funeral de su padre, llegó a ella. Todo el dolor de aquél recuerdo, oculto en lo más profundo de su corazón, la asaltó con la fuerza de una tromba, sacudiéndola por completo. Las lágrimas volvieron a emerger, ¿en verdad no había manera de recuperar lo perdido?

—Tranquila, cuidaré de ti —replicó Amanda—. Todo va a estar bien, ¿puedes confiar en mí?

«Todo estará bien —le dijo su hermana aquella vez—. Confía en mí.»

No sabía la razón, pero aquella niña se puso de pie, sosteniendo la mano que Amanda le ofrecía con una sonrisa despreocupada, como si no se encontrasen en medio de aquél fétido ambiente. Sin reprimir su llanto la abrazó, prometiéndose por dentro confiar en ella, aquella vez... confiaría.

***

Media hora más tarde un grupo de hombres, envueltos en relucientes armaduras, corrían de un sitio a otro, tratando de hacer algo al respecto con la mansión de un noble en llamas. Desde lo alto de una colina, la pequeña solo podía apreciar una pequeña parte de aquella destrucción, mientras a sus espaldas Amanda terminaba de enterrar el cadáver de su compañera.

—Listo, hay que irnos —dijo, satisfecha—. Una amiga espera con una carreta más allá del lago, vamos. Por cierto —la miró con curiosidad—. ¿Cómo te llamas?

—Mayu... Mayu Daidouji —expresó la niña, siguiendo los pasos de la peleadora.

—Ma... ¿Mayu? —repitió Amanda, sonriendo—. Es un nombre lindo, un poco raro, nunca lo había escuchado. Pero es lindo.

—Gracias —replicó Mayu antes de añadir en un susurro—: Mi hermana fue quien lo escogió...

Korelia. ¿Su hermana estaría llorando su ausencia? ¿Estaría desesperada buscándola? Era terrible, conocía muy bien a su hermana: sabía que esta no descansaría hasta encontrarla, pero jamás lo haría. Ella ya no era más la Mayu que conocía, mucho menos se encontraban en el mismo mundo. Saber que su hermana se consumiría buscándola eternamente era un pesar que tendría que cargar por siempre.

En completo silencio, la pequeña siguió a Amanda, adentrándose en los bosques, continuando sus andanzas en aquél asqueroso mundo.

Blumengarten: Sobreviviendo en este mundo como una chica murciélagoWhere stories live. Discover now