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En cuanto Amelia se despertó, la primera imagen que vio fue la de Luisita durmiendo profundamente a su lado. La miró mientras amanecía y el sol que entraba por la ventana del techo iluminaba su rostro. Era lo que más le gustaba a Amelia de aquel apartamento al que había llamado hogar durante los últimos dos meses. Es verdad que Amelia tenía su residencia en Los Angeles, pero tampoco lo sentía como hogar. En realidad, una de las cosas que más le gustaba de su profesión era poder viajar tanto, ya que no soportaba estar mucho tiempo en un mismo sitio. La idea de que el mundo girase a su alrededor mientras ella se quedaba parada en un mismo sitio le aterraba.

Pero en aquel momento no. En aquel momento, al ver a la rubia a su lado no quería moverse de ahí. Pensó en cómo sería estar tumbada junto a Luisita para siempre, acurrucada junto a ella. Se fijó que la rubia tenia las manos aferradas a la camiseta de la morena, como si pensase que iba a escaparse en mitad de la noche. Amelia tragó saliva nerviosa, por lo que estaba sintiendo. Estaba sintiendo cosas que no había experimentado nunca, cosas que no dejaba de pasarle desde que la había visto en aquella estación de metro. Cosas como ternura, curiosidad, deseo.

Luisita seguía dormida sin inmutarse. Amelia se permitió observarla un poco más, como si de repente fuese consciente de que no volviera a tenerla así nunca más. Se fijo en su respiración pausada y en cómo su cara estaba totalmente relajada, haciéndole sentirse bien, ya que eso demostraba que la rubia se sentía cómoda. Se fijo en sus labios y quitó rápidamente la mirada al volver a sentir una descarga, para fijarse finalmente en cómo ese cabello rubio y levemente ondulado estaba esparcido por la almohada de forma caótica. Como ella, "caótica".

Y a Amelia le encantaba Luisita, con todo su caos.

Pero ambas tenían que seguir su camino.

Se movió despacio para no despertar a Luisita, aunque no sirvió de nada, en cuanto se separó unos centímetros de ella, parpadeó y abrió los ojos algo confusa.

- ¿Qué hora es? – dijo la rubia con voz ronca, pero a la vez infantil, y a Amelia le enterneció demasiado.

- Son las siete y media, sigue durmiendo un poco más.

Finalmente, Amelia consiguió levantarse y sonrió al ver como Luisita volvía a hacerse un ovillo. Se dirigió a la cocina, encendió la cafetera y se preparó para darse una ducha. Con las prisas se dio cuenta de que se había olvidado coger ropa para vestirse, así que salió del baño envuelta en la toalla de ducha. Cuando volvió a la habitación, Luisita ya estaba despierta y sentada en la cama, y en cuanto la vio aparecer, la rubia no disimuló el repaso que hizo a ese cuerpo tan sólo tapado con una toalla. Estaba espectacular con esos rizos mojados cayéndole por los hombros. 

Y joder. Joder. Las ganas. Qué ganas.

Luisita apartó la mirada totalmente sonrojada y Amelia respiró hondo. Pensó que ojalá no acabase de dejarlo con ese idiota, que ojalá no estuviese a punto de subirse a un avión rumbo a otro país y que ojalá la hubiese conocido en otro momento, en otro lugar, en otra situación...

- La cafetera está a punto. ¿Quieres ducharte?

- ¿Me da tiempo? – asintió Amelia. – Vale.

- ¿Traes ropa en esa mochila?

- Solo ropa interior y una camiseta de mangas cortas de repuesto.

Amelia miró por la ventana y vio las nubes grises que opacaban el cielo. Así que fue hacia su cómoda, cogió una de las sudaderas que tenía con el logo de la compañía de teatro en la que trabajaba y se la extendió.

- Pero no podré devolvértela.

- No te preocupes, ya contaba con eso.

- Vale. Gracias, Amelia. – le dijo la rubia mordiéndose la sonrisa con esos ojazos iluminados.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora