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Una vez se despidieron de las demás en el restaurante, las dos salieron de nuevo a la calle. El frío volvió a sacudirlas y el color del cielo no presagiaba nada bueno, aunque lo cierto era que a Amelia le bastaba con mirar a quien la acompañaba para calentarse por dentro y recordar que había valido la pena cometer aquella locura imprevista. Luisita estaba feliz. La sonrisa le cruzaba la cara mientras caminaban hacia la parada del bus, porque se había empeñado en que montasen en uno de esos autobuses rojos londinenses de dos pisos. Subieron al superior y se acomodaron en la primera fila, disfrutando de las vistas de la ciudad.

- Te has tomado en serio lo de la visita turística.

- Mucho. ¿Habías estado antes aquí?

- Una vez, pero fue hace mucho tiempo, casi no lo recuerdo. – contestó al tiempo que rescataba algunos recuerdos. – Tendría unos siete u ocho años y vine de viaje con mis padres. Solo sé que el hotel en el que estábamos tenía un montón de cuadros antiguos y muebles viejos que daban miedo. Creo que no dormí ninguna noche del tirón.

- Oh, pobre mini Amelia. – bromeó mirándola.

Y la morena se perdió durante unos segundos en esos enormes ojos marrones, como había hecho ya en más de una ocasión desde la que la conocía. Y la expresión de su rostro, con ese mohín tan gracioso y burlón que le hizo reír.

- ¿A dónde me llevas? – le pudo la curiosidad.

- Vamos a Camden Town. He pensado que te pegaba. No sé, el barrio, el ambiente. Conozco un sitio en el que hacen los mejores crepes del mundo. Podemos dar una vuelta por ahí y luego regresar en metro, ver el Big Ben y montar en el London Eye.

- Ni de puta broma.

- ¿Qué? – preguntó sorprendida.

- No, nada de norias gigantes. – dijo tajante.

- ¿Tienes miedo? – estaba intentando no reírse de ella por todos los medios

- No es miedo. Es vértigo.

- Eso es lo mismo.

- Claro que no.

- El vértigo te da miedo.

- Yo eliminaría la palabra "miedo" y ya está.

- Luego seguimos discutiendo. Es esta parada.

La siguió por la estrecha escalera hacia la primera planta del autobús y bajaron en Camden Road. Las recibió un aluvión de colores y fachadas estrafalarias de diseños en relieve. El ambiente alternativo se respiraba en cada rincón, entre las cafeterías, las tiendas y los estudios de tatuajes que llenaban las calles. Amelia se quedó unos segundos contemplando un escaparate, parada entre la gente que iba y venia alrededor, hasta que noto los dedos de la rubia rozando los suyos antes de cogerle de la mano con decisión. La miró.

- ¿Es que pretendes perderte? – tiró de ella.

La morena contuvo el aliento mientras cruzaban el puente que atravesaba el canal y se adentraron entre unas calles mas estrechas, repletas de puestos ambulantes de comida. Sus dedos seguían entrelazados. El paso de Luisita era decidido, tranquila, como si caminar por allí con Amelia fuese algo que hiciesen todas las tardes. La morena miró sus manos unidas y pensó en ello. En cómo sería sus día a día si viviesen en aquella ciudad, en otra realidad alternativa. Si compartiesen una rutina, una vida...

Luisita sabía que debía soltarla, pero no quería hacerlo. Hacia un frío intenso y punzante, aunque Amelia tenía la mano cálida, la piel suave. Y encajaba perfectamente con la suya. Y nunca había imaginado que un acto tan sencillo pudiese ser tan reconfortante. Hacía que se le pusiera el estómago del revés, pero al mismo tiempo le resultaba familiar, cercano.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora