Octubre

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Entre mensaje y mensaje, ya estaban a mitad de octubre. Bajó la tapa del portátil y se quedó unos segundos mirando por la ventana. Era un día soleado y acababa de amanecer. Meditó sobre su vida allí, en Los Ángeles, hasta que notó que el cuerpo de Sara se movía a su espalda. Seguía tumbada en la cama, desnuda, con las sábanas blancas hechas un ovillo a un lado y su pelo pelirrojo enredado sobre la almohada.

- ¿Qué estás haciendo a estas horas? – preguntó Sara aún con los ojos cerrados cuando le molestó el movimiento a su lado.

- Contestar a un correo. ¿Quién se ducha antes?

- Tú – contestó rápidamente dándose la vuelta.

Buscó algo de ropa limpia que ponerse y luego se metió en el cuarto de baño. Cuando salió, ya olía a café recién hecho y Sara estaba hablando por teléfono. Se fijó entonces en la luz que entraba por la ventana, el efecto que creaba, cómo se curvaba ligeramente y simulaba un pequeño arco iris que se reflejaba en la mesa blanca de la cocina.

- ¿Qué estás mirando? - Sara le abrazó por detrás cuando colgó.

- Nada. ¿Te han dicho si tienes hoy tienes alguna reunión? - preguntó.

Asintió y le dio un beso suave en los labios antes de alejarse para prepararse una taza de café. Esperó hasta que Amelia acabó para servirse la suya y las dos desayunaron  en silencio mientras quedaban atrás los minutos del reloj que estaba colgado en lo alto de la pared.

Dicen que es durante los silencios cuando una se da cuenta de que tiene delante a la persona adecuada. Amelia pensaba que era mentira. O que a esa afirmación le faltan matices. Un silencio puede ser cómodo, pero estar vacío. Y otros silencios pueden ser tensos, electrizantes, pero significarlo todo. Como el que compartió con Luisita hacía ya dos meses y medio en aquella buhardilla, cuando sentía sus dedos entrelazados con los de ella mientras contemplaban la luna llena y brillante. Quizás que cada instante es irrepetible. Que nada puede ser igual.

- No me apetece marcharme —dijo la pelirroja.

- ¿Has sacado ya los billetes de avión?

- Sí, anoche. Cogí tu ordenador.

Apartó la mirada de golpe, incómoda.

- ¿Y...? —Amelia se le quedó mirando esperando una respuesta que no sabía si quería.

Dejó el café en la mesa y suspiró hondo, como si necesitase unos segundos para ordenar lo que quería decir. Amelia notó como su cuerpo se tensaba. Y no porque hubiese visto los mensajes, sino por lo mucho que le jodía que alguien se tomase la libertad de entrar sin antes molestarse en llamar a la puerta de su vida.

Solo le había permitido entrar a dos personas, a Natalia hace años, y ahora a Luisita. Con Natalia tenía la confianza de una mejor amiga, con la que podía desahogarse sabiendo que no iba a ser juzgada y Natalia la había ido conociendo poco a poco y ganándose su confianza hasta que consiguió ver algo más allá de la coraza que era Amelia. Sin embargo, con Luisita era diferente, a ella le dejaba colarse por ventanas abiertas, por rendijas ocultas, por el hueco de la chimenea...

- Lo siento, te prometo que solo leí los últimos e-mails... Es que mi portátil no tenía batería y los mensajes estaban ahí cuando se encendió la pantalla, y yo..., no sé, Amelia, tengo la sensación de que hace dos años que nos conocemos y aun así creo que no sé nada de ti.

- Sara...

- Y eso de que con ella era distinto... —Se puso en pie, se acercó a la ventana y la cerró. El rayo de luz menguó hasta casi desaparecer. - No pensaba decirte nada, ¿sabes? Al despertarme esta mañana me había propuesto fingir que todo estaba bien y que lo habría olvidado de aquí a que volviésemos a encontrarnos. Pero luego, cuando te he preguntado en qué pensabas y me has dicho que en "nada", sabía que me estabas mintiendo.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora