Segundo Octubre

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Nuevo York, la ciudad que nunca duerme. La ciudad de las luces, de los sueños y de los rascacielos. Nueva York es muchas ciudades en una, pero para Amelia, de todas ellas, ahora mismo era la ciudad de las oportunidades. Desde hace años, miles de personas llegan a aquella ciudad con la esperanza de una nueva oportunidad en esta vida, y ahora, Amelia había llegado con la esperanza de recuperar a su mejor amiga.

Aunque le habría gustado haber aparecido por ahí mucho antes, le quedaba demasiado poco para acabar de grabar la serie y liberarse de aquel contrato, además ya se habían retrasado demasiado por los días que faltó. Pero por fin ahí estaba, recorriendo aquellos edificios con un papel en la mano con una dirección anotada de una manera casi ilegible. Pero tras cuarenta minutos dando vueltas por la Gran Manzana, llevó a un edificio que no estaba nada mal. No era un lujoso rascacielos, pero le alivió al ver que no era un suburbio, porque sabía que en aquella ciudad, o vivías muy bien, o vivías muy mal.

Tras saludar al portero del edificio que la dejó pasar sin pedirle ninguna clase de identificación, porque bueno, Amelia no necesitaba documentación para que la reconocieran, se subió al ascensor, donde cada pitido que indicaba que iba superando las plantas, la ponía cada vez más y más nerviosa. Nunca creyó que estaría nerviosa por volver a ver a su mejor amiga, y mucho menos de esa manera. Claro que cuando ambas andaban de un sitio a otro grabando, cuando volvían a casa estaban aquellas ganas de volver a verla por haberla echado demasiado de menos. Pero ahora, esos nervios no eran en ese buen sentido, aquellos nervios eran con la intranquilidad de no saber si con aquella visita, Natalia terminaría de mandarla a la mierda sin más posibilidades de salvar su amistad.

El último pitido sonó indicando que había llegado a la planta y, con el corazón algo acelerado, se caminó hacia la puerta que tenía indicado que era su destino. Soltó pesadamente el aire que tenía retenido intentando así sacar sus nervios y tocó al timbre sin esperar más. Mientras movía su pierna con nerviosismo, se escuchó desde dentro de la vivienda movimiento que indicaba que la puerta estaba apunto de abrirse pero cuando sucedió, no encontró a la pelirroja, sino a un hombre moreno, con bigote y bastante guapo, más o menos de su edad. Era evidente que aquel hombre no la esperaba al abrir la puerta, pero también era evidente que la había reconocido, aunque por su semblante no se le veía que fuera su mayor fan. Sabía quien era, aunque aún no lo conociera en persona, sabía quien era el hombre del que se había enamorado su mejor amiga.

- Hola, eres Carlos, ¿verdad? – el hombre calló como respuesta y la morena se lo tomó como una afirmación . – Yo soy Amelia.

- Lo sé. Amelia Ledesma. – dijo todavía serio.

- Si. – al ver que seguía estático, siguió hablando. – ¿Está Natalia en casa?

- No.

- ¿Y sabes cuándo volverá?

- Ni idea.

Amelia se quedó mirándolo y, aunque algo dubitativa, se atrevió a hacer una última pregunta.

- ¿Puedo pasar a esperarla?

Aquel hombre no pareció pensarse mucho la respuesta antes de contestar. No quería ser tan borde, pero no le salía hablarle de otra manera porque, aunque Amelia Ledesma fuera alguien a quien fuera muy difícil resistirse a sus encantos, él tenía un buen motivo para mantenerse firme en su postura.

- No. – la ojimiel se quedó callada al no esperarse aquella respuesta, y Carlos intentó relajarse un poco. – Mira, Amelia. Yo sé que eres su mejor amiga, pero no te conozco, lo único que sé de ti es por lo que le has hecho pasar últimamente. Porque le dolió muchísimo perder ese papel, pero más aún que fueras tú quien se lo arrebatara. Así que lo siento, pero no creo que sea yo quien deba decidir si puedes pasar, sino ella.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora