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Toda su ropa estaba, literalmente, encima de la cama. Docenas de prendas que se había probado y había descartado, porque con ninguna terminaba de verse bien. No al menos como Amelia lo había descrito: "Arrebatadoramente sexy". Y por una vez quería pensar eso al mirarse al espejo; no para impresionar a nadie, tan solo le apetecía verse así.

Miró los vestidos con el ceño fruncido y abrió de nuevo el armario. Se puso unos pantalones negros estrechos con dos cremalleras a los lados y una camiseta que se transparentaba, dejando a la vista el sujetador oscuro de encaje que se había comprado la semana anterior cuando sintió un impulso al pasar por delante de una tienda de lencería. Le gustó pensar que nunca se había autorregalado así estando con Sebastián, pero que en cambio tuvo ganas de hacerlo para sí misma. Al final, añadió unos botines y respiró hondo. No parecía delicada, pero sí "arrebatadoramente sexy".

Sonrió, dudando entre recogerse el pelo o dejárselo suelto, pero se decidió por la segunda opción cuando Marina llamó a la puerta de su habitación.

La miró de arriba abajo con una sonrisa como si no la reconociera.

- Vaya, estás impresionante. Qué guapa.

- Gracias, tú también. - le respondió con una sonrisa tímida.

Caminaron hasta el metro y su amiga se pasó el trayecto poniéndole al día con las compañeras que iban al encuentro. Marina sabía que era probable que Luisita, a pesar de llevar tiempo ahí y compartir la gran mayoría de las clases con ellas, no recordaría ningún nombre.

Se sentaron en el pub donde habían quedado con las demás y se pidieron una ronda de pintas de cerveza mientras las esperaban. Cuando hubo un momento de silencio, Marina quiso indagar un poco en las últimas novedades de la vida de su amiga.

- ¿Cómo te van las cosas con esa amiga tuya?

Últimamente se sentaban juntas en casi todas las clases, así que estaba al tanto de los e-mails que se mandaba con Amelia. Y aunque no fuese así, Luisita tampoco se lo podría haber ocultado. Igual que tampoco se lo había ocultado a su hermana. Marina era una chica estupenda, de esas que siempre ven el vaso medio lleno. Se conocieron en el instituto, cuando cayeron en la misma clase. Desde entonces han sido inseparables.

Marina había visto evolucionar a Luisita a través de los años, conforme se iba afianzando su relación con Sebastián. Le parecía buen chico, pero no para su amiga. Para ella, su amiga se había estado consumiendo conforme había pasado el tiempo y había dejado de ser ella misma. Era consciente de que todavía no había recuperado a la Luisita loca que conoció, pero no era ciega y se había dado cuenta de que cada día estaba más cerca de volver ser la misma.

- ¿Amelia? Bien. Está en Tennessee ahora, su última parada antes de volver a Los Ángeles.

- No me refería a eso, Luisita. ¿De verdad no te planteas decirle que sientes algo por ella? Habláis casi todos los días, terminará pasándote factura.

- Esa es una tontería muy gorda, Marina, pero muy gorda. Yo no siento nada por Amelia. Amelia es mi amiga y ya está. – dijo de carretilla mientras jugaba con su vaso.

Marina se quedó en silencio estudiándola y la rubia no necesitó levantar los ojos para saber la mirada acusatoria de su amiga. Sabía que no la iba a engañar.

- Es que no es exactamente así, Marina.

- ¿Y cómo es, entonces? - cuestionó.

- Vale, sí, siento algo por ella, pero de una forma diferente que no puedo explicar. Nuestra relación es perfecta así, platónica, con nuestros e-mails y cada una en un lado del mundo. No sé. Es bonito. Es una de las cosas más bonitas que tengo en mi vida y no pienso estropearla, porque, además, no serviría de nada. Cada una tiene su vida, Marina. No sé si me entiendes, es que es mucho lío.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora