Julio

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Amelia llevaba media hora esperando en el aeropuerto, y no era como si el vuelo de Luisita se hubiese atrasado, sino que estaba demasiado impaciente como para haber esperado en casa. Se fijaba en cada cara que salía por la puerta de la terminal del aeropuerto, buscando esos ojos, buscando esos ojos marrones inigualables. Decidió esperarla en la puerta de la salida junto a una parada de taxis.

Llevaba un rato jugueteando con su llavero, cuando al fin la vio. En ese momento se dio cuenta de lo mucho que había caído aquel muro de su interior. El primer aviso fue el cosquilleo que sintió nada más verla a la lejanía tirando de su maleta farfullando palabrotas por lo mucho que pesaría. El segundo aviso, fue cómo se le pusieron todos los pelos de punta en el momento en el que sus ojos hicieron contacto y los de la rubia la miraron brillantes. Estaba guapísima. Bueno, Luisita era guapísima, pero estaba realmente guapa. Tenía el pelo un poco más largo que la última vez que se vieron, y algo más ondulado.

Aunque no lo aparentaba, la morena se empezó a poner nerviosa conforme Luisita se acercaba a ella. No sabía ni si quiera como saludarla, ¿dos besos? ¿Un abrazo? Daba igual, porque la rubia se echó a sus brazos estrujándola en un gran abrazo. En realidad, no fue ella, sino su impulsividad, que abrazó a la ojimiel sin tan si quiera avisar. Si por la mente de Luisita había alguna duda de si Amelia se sentiría incómoda por aquel contacto, se disipó al segundo, ya que fue todo lo que tardó la morena en devolverle el abrazo.

- ¡Qué morena estás, Amelia! A tu lado estoy blanca como la leche.

Amelia se rio ante el comentario. La verdad es que Amelia no estaba muy cambiada desde la última vez que se vieron, solo más morena y con le pelo algo más claro debido al sol.

- Bueno, eso lo solucionaremos en unos días no te preocupes. Además, tú no eres como la leche, eres como el vino, porque cada vez que nos vemos has mejorado con el tiempo. – le dijo guiñándole el ojo recordándole a aquella Amelia que conoció entre las calles parisinas.

Luisita rio, cada vez sentía menos incómoda con aquellos comentarios.

-No me acordaba de lo idiota que eras.

-Pues lo siento por ti, porque entonces te esperan unas semanas muy largas. – le cogió la maleta y se volvió a buscar un taxi.

Ambas sonrieron tras ese comenta ocultándoselo a la otra

Ambas sonrieron tras ese comentario ocultándoselo a la otra. Lo que acababa de decir la morena no les había pasado desapercibido para ninguna de las dos. Semanas. En plural. Tras hablarlo con sus padres y pasarse lo que le quedaba de mes de junio echando currículums en varias radios de Madrid, había decidido pasar dos semanas junto Amelia en Ibiza. Se había pasado el vuelo muriendo de ganas por llegar para empezar aquel viaje.

Tras algo más de veinte minutos, llegaron a Sant Antoni de Portmany, donde Amelia tenía alquilada la casa. Era una de las zonas más vivas de Ibiza, donde había mucha fiesta y diversión, pero también unas calas increíbles donde perderse. En cuanto bajaron del taxi, Amelia fue al maletero al darse cuenta de que la rubia se había quedado embobada mirando aquella casa. Una vez solas, luisita seguía sin hablar y la morena la miraba sonriente. Estaba realmente contenta de que estuviera ahí. Parecía un sueño. Amelia llevaba ahí desde mitad de junio y estaba muy a gusto, se podría haber tirado así el resto del verano perfectamente, pero no podía negar que, con Luisita, aquel plan era incomparablemente mejor.

Cuando entraron por la puerta, Luisita se quedó atónita.Desde luego no encontró una buhardilla con poco espacio incluso para moverte,aquello era un chalet en toda regla. Era amplio y luminoso, sin embargo, lo queella no sabía es que, para Amelia, aquel lugar tenía incluso más luz desde que larubia había entrado por la puerta. La morena le hizo un pequeño tour, empezandopor el enorme salón que estaba unido a la cocina, que básicamente ocupaba todala planta baja. Una de las paredes del salón era un gran ventanal que dabahacia un pequeño jardín, el cual tenía una enorme piscina que ocupaba casi todoel espacio, con un par de hamacas al lado y una especie de espacio dedicadopara barbacoas con barra de bebidas y una nevera. Desde la piscina, las vistaseran increíbles y se podía ver el horizonte del mediterráneo. El resto deespacio colindante con las casas vecinas, estaba cubierto por unos enormes árboles.Amelia tenía razón, había privacidad absoluta y luisita supuso a que lo haríanasí para poder alquilarlo a la cantidad de famosos que le alojaba por la zona.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora