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Amelia se despertó cuando ni si quieran había empezado a iluminar la habitación los primeros rayos de luz, sino cuando estaba amaneciendo. El frio de la cama proveniente del otro lado fue lo que la desveló. Despertarse sola en aquella cama era algo que llevaba haciendo casi un año, a diferencia de su antiguo estilo de vida previo a aquel primer viaje a Londres que lo cambió todo, pero esta vez no debería haberse despertado sola. Esta vez al despertarse debería haber visto a los ojos más profundos y expresivos que existían, pero no fue así. Se tumbó boca arriba y suspiró. Recordó aquella noche anterior tan mágica que había vivido, y aunque ella echara mucho de menos a su novia, no se había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba hasta que no la tuvo en su cama. Y no eran sus besos, su piel y sus gemidos lo que más había echado de menos, sino dormir en sus brazos, en su cobijo. Sin embargo, ya la conocía perfectamente y sabía de aquella cabeza tan intranquila que tenia su novia, y también sabía donde encontrarla.

Se puso unas bragas y una camiseta larga, ya que se encontraba totalmente desnuda, y salió de su habitación. Sin embargo, lo primero que hizo al salir no fue buscarla, sino dirigirse a la habitación de su mejor amiga, pero su mundo se desmoronó cuando se la encontró totalmente vacía. Natalia se había ido sin despedirse, y lo más importante, sin que pudieran hablar. Se dio cuenta de que lo único que había sobre la mesa era un trozo de papel, y como le pareció muy extraño, se acercó y se vio que era una especie de nota dirigida para ella.

"No te enfades, sé que esta feo irme sin despertarte y darte un buen abrazo, sobre todo después de llevar casi una década viviendo juntas, pero pensé que si no nos despedíamos, no sería un "adiós". Disfruta de la vida, Amelia, nos vemos dentro de poco.

Posdata: cuídate, y cuida a esa rubia que tienes por novia, porque vale oro."

Una lágrima cayó sobre aquel papel mojándolo. Le habría gustado despedirse de ella, y poder haberle contado todo aquello que llevaba días rumiándole la cabeza, pero ahora mismo era lo que menos le importa, porque le importaba mucho más el hecho de no haberse despedido de ella en condiciones, sin saber cuándo sería la ultima vez que se verían, ya que en poco tiempo cada una vivirían en un continente diferente. No quería pensar en ello ahora, simplemente guardó la nota y salió a la terraza donde sabía que estaría la rubia.

Y, efectivamente, Luisita estaba sentada en aquella hamaca que tanto le gustaba a Amelia, con las piernas tapadas por una manta fina y en la mano una infusión, mientras su vista se perdía en aquel cielo en el que la luna empezaba a esconderse para dar paso a un nuevo día. La morena se acercó a ella y se sentó detrás suya, para abrazarla por la espalda. Luisita cerró los ojos al sentir el contacto e inspiró hondo al tenerla cerca, como si consiguiera calmarla solo con su presencia. Amelia quiso darle los buenos días, pero solo le salió decir aquello que le había hecho cambiar de humor en cuanto se había despertado.

- Natalia se ha ido.

En ese susurro Luisita pudo escuchar perfectamente la tristeza que le había supuesto esa partida, así que cogió las manos de la morena que estaban en su estómago y las apretó para si queriendo reforzar el abrazo.

- Lo sé, la he visto.

- Ah, ¿si? – Luisita se giró un poco hacia ella para mirarla a la cara.

- Si, se fue hace casi una hora, fue ella quien me ha hecho el te. – dijo señalando su taza. – Me dijo que no le gustaban las despedidas.

- Bueno, no es una despedida. Nos volveremos a ver dentro de poco.

Luisita sonrió ante el optimismo de su novia y le dejo un beso en la mejilla.

- Lo siento, mi amor. ¿Estás bien?

- Si, de verdad. – le dio un beso en aquellos labios que tanto le encantaban. - ¿Y tú? No has dormido nada.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora