Amelia estaba en el tren de ida hacia Zaragoza. Estaba nerviosa. Estaba muy nerviosa. Tenía ganas de volver a su casa, de pasear por las calles que la vieron crecer y ser la persona que es ahora, pero, sobre todo, tenía unas ganas increíbles de ver a su madre.
Hacía un año que no la veía, desde que volvió las navidades anteriores a casa. Hablaban a menudo por teléfono, pero con su padre... nada. No sabía nada de él, y su madre parecía evitar nombrarle a propósito como queriendo evitar el tema.
Estaba sentada en su asiento mirando por la ventana cuando veía que ya quedaba muy poco para llegar. Hace unas horas estaba en Madrid y ahora estaba apunto de llegar a casa.
Madrid
Dios. Aún no se podía creer que hubiese estado tan cerca de Luisita y no la hubiese visto. Sólo de pensar en estar en la misma ciudad que ella hacia que se le removiera el estómago. Se moría de ganas por abrazarla, por sentir su presencia, por besarla, por hacer muchas más cosas. Pero no podía. Se había convencido a sí misma que lo mejor era tenerla como amiga. No quería hacer absolutamente nada que pudiera perderla.
Se centró en sus nervios por ver a sus padres cuando notó que el tren se había parado. Respiró hondo. Estaba en casa.
Cogió un taxi y en quince minutos estaba en la puerta de sus padres. Se preparó mentalmente para cruzar ese umbral y llamó al timbre. En cuanto se abrió la puerta, todos sus miedos se esfumaron, la sonrisa de su madre le curaba absolutamente todo.
- Amelia, hija. – dijo una Devoción evidentemente emocionada.
- Hola, mamá.
Amelia dejó a un lado su maleta y se fundieron en un dulce abrazo.
- Pasa, pasa. No te quedes en la puerta cariño.
La morena cogió sus cosas y entró en la casa. Todo estaba extrañamente igual que siempre. Era una sensación rara, de volver a un lugar que, a pesar de llevar un año sin pisar, sientes como si no hubiera pasado el tiempo.
Se fijó en que todo estaba exactamente igual, hasta los marcos de las fotos. También se fijó, como cada año, que no había absolutamente ninguna foto en esa casa de ella y su padre solos, y, como cada año, ese detalle le dolía.
Se dirigió hacia su cuarto y dejó su maleta. Y sin querer perder tiempo, volvió a bajar. Al fin y al cabo, solo tenía un día para disfrutar de la compañía su madre.
- Te estoy haciendo una comida... para chuparte los dedos. Seguro que comes fatal en las Américas.
- No te preocupes por eso mamá, sabes que como sano. Entre Natalia y yo siempre compramos comida saludable.
Y era verdad, por muchos años que llevasen viviendo en ese país, no se habían habituado a la comida a base de patatas y hamburguesas.
- Bueno, pero como la comida de tu madre, ninguna. – le dedicó una gran sonrisa. Aún no se podía creer que su niña estuviera en casa.
- Eso sí. – le dio la razón Amelia sonriendo de la misma manera. – Por cierto... ¿Dónde está papá?
Devoción miró a su alrededor y se dio cuenta de que no había rastro de su marido desde que llegó su hija. Que harta y dolorida estaba de esa situación.
- Creo que está en su despacho, en un rato bajará. – y siguió cocinando aquel puchero que tenía tan buena pinta.
Don Tomás Ledesma, es decir, el padre de Amelia, era un respetado abogado. Aunque ya estaba algo mayor, seguía ejerciendo, pero prefería llevar sus casos desde casa, por lo que montó un pequeño despacho en una de las habitaciones del segundo piso de la casa.
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Nosotras en la Luna
FanfictionCada una vive en un lugar del mundo, y sin embargo, el destino hace que una noche en la que Luisita necesitaba escapar se encuentren entre las calles de París. Sabiendo que sólo pasarían juntas esa noche, nada será igual el resto de sus vidas. Histo...