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- Luisita... por favor...

Se rio y el aire que escapó de su boca contra su sexo excitó mucho más a Amelia. Levantó la cabeza de entre sus piernas para mirar cómo se retorcía aún con los ojos cerrados, sin haberse terminado de despertar.

Se habían tirado toda la noche descubriéndose, dándose placer. Habían dejado a un lado toda la vergüenza de la primera vez y ahora lo único que querían era disfrutarse. Ni si quiera se dieron cuenta cuando las alcanzó el sueño, pero cuando Luisita se despertó por culpa de la luz que entraba por la persiana se dio cuenta de la situación. Ella abrazaba a Amelia por la espalda, aún desnudas, encajando así sus cuerpos. Ni después de tantas mañanas despertándose al lado de Sebastián había sentido una conexión parecida a la que tenía con la morena.

No pudo evitarlo y empezó a darle besos a Amelia por el cuello, mientras la otra empezaba a hacer ruiditos indicando que se estaba despertando gracias al placer. Poco a poco, Luisita descendió hasta colocarse entre sus piernas y volver a empezar lo que llevaba haciendo toda la noche. Y es que no se cansaba, pero no porque fuera sexualmente insaciable, sino porque sólo podía pensar que sería la última vez que podría hacerlo hasta que se volvieran a ver, que nunca se sabía cuando sería. Si es que volvían a verse.

- Joder, Amelia. Es que sabes tan bien.

Amelia no pudo contestar porque los jadeos no la dejaron. Luisita siguió su trabajo, que se le estaba dando realmente bien para no tener experiencia. El calor volvió a recorrer su cuerpo y, una vez más, alcanzó el clímax.

Aún recuperando el aliento y con los ojos cerrados, disfrutó de aquella sensación. Notó a Luisita reptando por su cuerpo hasta colocarse a su altura y, una vez posicionada, sintió cómo la miraba. Abrió los ojos y ahí estaba el mejor despertar.

- Buenos días.

- Ya te digo que son buenos días. – dijo la morena riéndose aún adormilada.

Sus labios se unieron con una suavidad extremadamente placentera, como queriendo sentir cada hueco de sus bocas. Estuvieron un rato más repartiéndose pequeños besos por la cara hasta que Luisita se volvió a acomodar en la cama, abrazando a Amelia de medio lado, poniendo su cabeza en su pecho. Notó como la morena respiraba hondo y se centró en escuchar los latidos de su corazón. No quería que aquello acabara e iba a acabar.

Hicieron de aquella habitación un escape de la realidad, donde solo se respiraba paz. Donde no existía el futuro. Sólo estaban ellas.

Nadie las molestó, ya que la gran mayoría de su equipo ya se habían cogido sus aviones correspondientes, y los que quedaban sabían que, por lo que les habían dicho en la recepción del hotel, aquella noche la morena no subió sola a la habitación. Ninguno se extrañó, todos podían ver como Amelia estuvo toda la noche comiéndose con la mirada a aquella rubia de la que nadie sabía nada.

Empezó a darle besos en el pelo a la rubia, como si todos los besos que ya se habían dado fueran pocos. Se quedaron en silencio disfrutando de la presencia de la otra. Aspirando sus aromas.

Luisita sólo podía pensar en el tacto de esa piel con la suya y que sería la última vez. Pero también pensaba que no tenía porque serlo, que si la morena supiera todo lo que le pasaba por dentro cuando la veía, no tendría tantos miedos. Se quedaría. Se aferraba a ese pensamiento.

Volvieron a quedarse dormidas en aquella posición.

Esta vez fue Amelia la que se despertó primero y se quedó mirándola. Se habían movido de postura y ahora estaban tumbadas mirándose de frente, sin tocarse, pero muy cerca. Observó aquellos rasgos como hizo la mañana anterior cuando se despertó y tuvo que irse temprano de la casa de la rubia. Estaba mirando a un puto ángel, aunque la noche anterior le demostró que de inocente tenía poco. Durante uno de sus movimientos de anoche, Amelia le quitó el moño que llevaba y le soltó aquel cabello rubio, que ahora caía despreocupado por la almohada y por su cara.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora