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Luisita ni si quiera sabía en que estaba pensando cuando decidió que iba a besarla, se dejó llevar por un impulso, por un tirón, por lo que de verdad deseaba. Y supo que, si volviese atrás, lo haría de nuevo. A pesar de todo lo que inició ese beso en lo alto de la noria, en medio de la noche. A pesar de lo que cambió. De lo que rompió. De lo que nació en ese instante.

Porque a veces algunos pequeños actos están destinados a marcar toda una vida o suponen un desvío en el camino que no estaba ahí segundos atrás. Ocurre, aunque ni siquiera seamos conscientes de esos momentos. Luisita si lo supo en ese instante. Como también supo que dolería en cuanto bajaron de la cápsula y vio el semblante de Amelia, la tensión en su mandíbula y en sus hombros. Como supo que aun así había valido la pena cazar ese recuerdo. Porque hay certezas que son así, punzantes.

Avanzaron en silencio atravesando un parque cercano. Había empezado a llover y el agua caía con fuerza. Escuchó suspirar a Amelia mientras la seguía.

- ¿Puedes..., puedes dejar de correr? – le pidió.

Porque eso es lo que hacía. Sus pisadas eran largas, rápidas, y a la rubia le costaba seguirle el ritmo. La morena se giró, y Luisita contempló su rostro envuelto entre sombras.

- Eso no tenía que pasar, Luisita. Lo siento.

- ¿Por qué no? – Se acercó más – Amelia...

- Porque lo rompe todo.

- No es verdad. No lo rompe.

- No tengo nada que ofrecerte.

Se cruzó de brazos. La miró dolida, enfadada.

- ¿Y no te has parado a pensar que quizá no espero nada de ti? Ya sé cómo son las cosas, Amelia. Sé que probablemente no volvamos a vernos en años. O puede que ni siquiera lo hagamos nunca más. Pero quería eso. Quería besarte esta noche...

- Luisita, joder...

- Y tú también querías.

- Vas a complicarlo todo.

- Solo tenemos unas horas.

- Mierda – masculló entre dientes.

Se pasó una mano entre sus rizos y la volvió a mirar.

Para Luisita era imposible deducir por su expresión qué estaba pensando la morena. Sólo vio como volvía a negar con la cabeza una vez más, casi para sí misma, y luego dio un paso al frente y entonces la rubia volvió a sentir su cuerpo junto al suyo. Una de sus manos deslizándose por su nuca para alzar su rostro y cubrir con sus labios los de Luisita en un beso largo, profundo y tan diferente de los demás que no le pareció justo si quiera llamarlo así.

Beso.

Había muchos tipos de besos. Los de Amelia eran intensos y cálidos, cargados de todo lo que las dos decidieron callarse por aquel entonces. Porque Luisita no se atrevía a admitir que quizás ya los necesitaba. Que era adicta a ella, a todo lo que le había dejado conocer a través de las palabras que intercambiaban cada día.

Quería saber más de la Amelia que hacía años que había escapado en busca de aventuras y del futuro que soñaba y de la Amelia de esa noche, la que había conseguido que aquel fuese el cumpleaños más especial que podía recordar.

Ninguna de las dos prestó atención a la duración del camino hacia el hotel. Sólo sabían que no podían dejar de sonreír al mirarse. Que paraban cada minuto, en cada esquina para besarse...

- Joder, Luisita...  - le sujetó de la barbilla.

- Creo que es la siguiente calle.

Amelia la miró seria. Firme. Decidida. No vaciló.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora