EPÍLOGO 2

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- Mi amor...

- ¿Mmm? – preguntó con su cabeza aún entre las piernas de su mujer.

- Amelia... – quería que parara, pero que lo dijera entre gemidos no sonaba muy convincente.

- ¿Qué pasa? – le dio un beso en la cara interna del muslo y se alejó un poco para poder mirarla.

Luisita la miraba aún con su pecho agitado y como única prenda unas gafas de sol, sentada en el borde de la piscina, mientras a Amelia su desnudez se la cubría el agua. Habían pasado nueve veranos desde que estuvieron en aquella casa por primera vez y aún no se podía creer que su mujer cada vez estuviera, y fuera, más radiante.

- Vamos a llegar tarde.

- Ya bueno, el tiempo es relativo. – dijo volviendo a aquello que estaba haciendo antes de que la rubia la detuviese.

- Enserio, Amelia. – dijo riéndose. – Que como no lleguemos a tiempo nos matan, ya sabes lo insoportable que se pone mi padre cuando viaja.

Amelia salió definitivamente de entre sus piernas y soltó un suspiro pesado.

- Pocas cosas ponen menos que menciones a tu padre mientras estoy ahí abajo. – y tiró del brazo de la rubia para meterla con ella en la piscina.

- Perdón. – dijo con una sonrisa mientras la besaba.

Luisita se abrazó a ella, tanto de piernas como de brazos. No había mejor manera de empezar el día que ver a su mujer haciendo yoga para después hacer juntas todas las posturas habidas y por hacer. Siempre le había gustado aquello, pero desde que hacía cinco años que eran madres, no podían permitirse esos lujos que requerían mucha intimidad, pero ahora, de vacaciones en aquella casa de Ibiza donde consolidaron su historia, no había otra cosa que quisieran hacer que no fuera pasarse el día en la piscina devorándose a besos. Habían conseguido comprar exactamente la misma casa donde pasaron sus primeras vacaciones juntas, donde hicieron tantas cosas juntas por primera vez, como creer en el amor, así que sabían que necesitaban hacerse con ese lugar para poder ir de vacaciones cuando quisieran, aunque ese "cuando quisieran" no era muy a menudo.

Aunque era cierto que Amelia se había centrado en el panorama nacional, una estrella como ella era imposible que no brillara por todo el mundo. Era imposible no ver su luz. Así que, volvió a hacer películas internacionales, porque ya no le tenía miedo a los efectos de la fama, porque ahora tenía un suelo firme, porque ahora tenía una familia maravillosa que la esperaba tras cada día agotado de grabación, aunque también significaba que volvía a viajar más, y aunque a Luisita le congelaba aquel lado de la cama frío cada vez que se despertaba y ella no estaba, nunca dejaría de apoyar a su mujer en su sueño. A Luisita tampoco le iba nada mal en el ámbito laboral, había conseguido ampliar su pequeña radio y también había conseguido hacerse camino en otros países de habla hispana.

Pero todo ello hacía que no tuvieran mucho tiempo para ellas únicamente, así que necesitaban escaparse a aquella casa vacacional. Amelia acababa de terminar un rodaje en Argentina que había durado casi un mes, así que decidieron fugarse solas, aunque fuera solo una semana para disfrutar de la compañía mutua. Y vaya que si lo habían hecho, pero era hora de volver a la realidad.

Ahora en sus brazos, Amelia le retiró las gafas de sol y en cuanto miró a aquellos grandes ojos marrones, se dio perfectamente cuenta de lo que pasaba.

- No es por tu padre, ¿verdad? Las ganas de ir ya al aeropuerto, digo.

En cuanto se le humedecieron los ojos y no salieron palaras de su boca, Amelia supo que la había pillado, y sonrió al enternecerse tanto por aquella actitud.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora