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- Feliz cumpleaños, Luisita. – dijo con una gran sonrisa intentando ocultar su nerviosismo.

- Amelia... - casi no le salía la voz.

- Un poco más de entusiasmo.

- ¡No, joder... es que... no me esperaba esto! ¡Amelia! ¡Estás aquí! – extendió sus brazos y la tocó, así sin pensar. Apoyó sus manos en los hombros de la morena y esta se echó a reír de esa forma tan suya, arrugando las comisuras de los ojos—. ¡Amelia!

La rubia la abrazó tan fuerte que casi se cuelga de su cuello. Y se quedaron allí respirándose. Calladas. Unidas.

Joder. No se acordaba de lo bien que olía Amelia.

- Esta reacción está mucho mejor. – susurró la morena en su oído.

Se separaron un poco antes de que Amelia entrara dentro del apartamento y cerraran la puerta. De repente la sintió allí, en cada rincón entre esas paredes que nunca imaginó que la acogerían.

- Me ha pillado por sorpresa. Quiero decir, esperaba que llegase hoy tu regalo, y cuando llamaron al timbre pensé que sería el repartidos. Si hubiese sabido que eras tú, me habría peinado y todo eso. Madre mía, es nuestro segundo encuentro y yo llevo un pijama. De dibujos. Me lo regaló María hace dos Navidades y... estoy volviendo a hablar demasiado. Madre mía, Amelia, haz algo para que me calle. Estoy muy nerviosa.

La ojimiel se limitó a sonreír, de pie en mitad del salón, mirándola con los ojos brillantes, intensos, cálidos.

- No pienso pararte. Echaba de menos oírte hablar.

- Eres... eres... - inspiró hondo, aún confusa.

- La mejor amiga del mundo, lo sé. – le guiñó el ojo.

Le enseñó brevemente el piso, siendo la última parada la habitación de Luisita. A la rubia el corazón le latía rápido mientras Amelia se inclinaba sobre el escritorio y lo observaba todo con curiosidad, con calma. Aprovechó ese instante para mirar a la morena. Llevaba el pelo un poco mas largo, tenía la piel dorada haciendo que destacase más el color de sus ojos, como si fuesen más profundos. Vestía unos vaqueros claros y un jersey negro bajo la cazadora de cuero.

- Avísame cuando dejes de mirarme. – interrumpió sus pensamientos dedicándole una sonrisa traviesa.

Cuando terminó de inspeccionar el lugar, se sentó en la cama de Luisita y la miró alzando la ceja.

Dios, en MI cama.

A la rubia se le subieron los colores, pero no pudo evitar reírse internamente al recordar a esa Amelia que en Paris al principio no paraba de tirarle los tejos.

- Te recordaba menos idiota – replicó Luisita.

- Yo a ti igual de guapa. Me gusta el pijama.

Luisita se sentó junto a ella en la cama, observándola. Y de repente Amelia dejó de sonreír cuando se dio cuenta de la cara de seria de la rubia después de esos minutos de confusión. Se habían visto una vez en toda su vida. Menos de veinticuatro horas. Y sin embargo se conocían mejor que nadie en aquellos momentos. Lo sabían todo de su día a día, sus miedos, sus preocupaciones, sus pensamientos mas raros. Era una locura.

Tragó saliva con fuerza y alargó una mano hacia Amelia, quien le sostuvo la mirada. Le rozó la mejilla con delicadeza.

- No me puedo creer que estés aquí.

A Amelia también le costaba creer que ahora estuviese allí, que se hubiese subido a ese avión destino a Londres sin pensarlo dos veces. Pero lo había hecho. Hacía un día estaba haciendo su sesión de yoga frente al mar y ahora se encontraba allí, en esa habitación, delante de esa chica que se había colado en su vida sin razón. Por casualidad. Por una tontería.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora