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Que su madre la llamara siempre era motivo de alegría, pero cuando vio que el contacto de su madre como llamada entrante, supo que había pasado incluso antes de escucharla hablar. Ese silencio entre que ella descolgó hasta que su madre hablo para decirle aquella mala noticia.

El tratamiento de su padre no estaba dando resultados desde hacía meses. Amelia lo sabía, no quería asimilarlo, pero lo sabía. Quizás por eso sabía que su madre no podría decirle nada bueno. Sus órganos habían dejado de funcionar poco a poco, y el último en fallar, fue su corazón. Por suerte, sólo fue un infarto, pudieron reanimarle y estabilizarle lo suficiente para poder alargar sus días un poco más. Lo suficiente para que su única hija volviera a casa.

Contra toda recomendación médica, Tomás no quiso pasar sus últimos días enchufado en una cama de hospital, por lo que, tras muchas peticiones y un alta voluntaria que le costó mucho que le concedieran, volvió a su casa para descansar hasta que llegara su hora. Y ahora, Amelia, recién bajada del tren que le había llevado hasta Zaragoza, estaba apunto de afrontar una realidad que llevaba demasiado queriendo evitar.

Había llegado a Madrid para luchar el amor de su vida, y si le hubieran dicho eso hacía un año habría llamado loca a aquella persona. Así que, ahora, tenía que hacer otra cosa que consideraba imposible desde hace tiempo, por no decir durante toda su vida: sentarse a hablar con su padre, antes de que no hubiera más oportunidades.

El taxi la dejó en la puerta de su casa y a Amelia se le empezó a caer su mundo encima. En cuanto salió de la radio fue directa hacia la estación de tren para coger el primero que saliera hacia Zaragoza, así que había llegado ese mismo día, aunque ya era tarde, prácticamente se había puesto el sol y ya asomaba la luna.

La luna.

Ojalá estuviera ella a mi lado agarrándome de la mano.

Tocó el timbre e intentó tranquilizarse mientras escuchaba los pasos de su madre dirigirse hacia la puerta. Echó el aire que estaba conteniendo justo cuando su madre abrió la puerta y sus ojos se humedecieron.

-Amelia, cariño. – dijo su madre con la voz entrecortada.

-Hola, mamá.

Y sin esperar más, se lanzó a los brazos de su madre y de repente, Amelia ya no tenía treinta años, sino diez, y era niña pequeña que lo único que quería es que su madre la abrazara hasta que todos los problemas desaparecieran. Salieron del abrazo y la madre le limpió una lágrima que se le había escapado a su hija.

-Anda, pasa que seguro que estás cansada del viaje.

Devoción tiró de ella suavemente haciéndola entrar y cerró la puerta. Amelia no llevaba ningún tipo de equipaje, ya que había salido directamente de la emisora, y eso le recordó a su madre que su hija había vuelto a España sin haberle dicho nada.

-Así que estabas en Madrid, ¿no?

- Si, siento no haber avisado, pero es que surgió sin planear.

La madre la miró sonriente porque sabía que era el único motivo que había para que su hija fuera a esa ciudad.

-Irías a ver a Luisita, me imagino.

Cuando su madre vio que la chica con la que su hija salía en las fotos que le hicieron en el aeropuerto de Ibiza y las de Londres coincidían, Amelia ya no pudo ocultárselo más y le contó que, por primera vez en su vida, se había enamorado sin remedio y su madre no podría estar mas feliz por ella, y no porque pensara que Amelia necesitase una pareja para ser feliz, simplemente por abrirse a alguien de esa manera.

-Si. – no quería contestarle seca a su madre, pero no quería hablar de ella.

- ¿Y por qué no ha venido contigo? Tenía muchas ganas de conocerla.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora