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Cuando se abrieron las puertas del ascensor, escuchó como salía de su apartamento el sonido más bonito que existía: su risa. No era excesivamente tarde, pero Amelia había madrugado demasiado y se había pasado todo el día grabando. Le gustaba su trabajo, pero se moría de ganas por terminar y llegar a casa, sobre todo cuando la esperaba su novia. Madre mía, no podía esperar a que su vida fuera así siempre, qué ganas tenía de mudarse a Madrid.

Sacó las llaves de su bolso y al abrir la puerta, la imagen que se encontró la enterneció.

- Vale, ahora esto hay que hacerlo con mucho cuidado. Darle la vuelta a la tortilla es todo un arte, ¿eh? Pero a mi es que me enseñó en mejor cocinero del mundo. – decía Luisita con una sonrisa amplia, acordándose de cuando su padre le enseñó a cocinarla. – Venga, Margarita, con decisión.

Tanto Luisita como Margarita, la mujer que había empezado a trabajar en casa de Amelia para cocinar, estaban en la cocina con una cantidad de utensilios desperdigados por todos lados que ni la morena sabía que tenía. Aquella señora sujetaba la sartén con una mano y con la otra el plato que tapaba aquella tortilla intentando darle la vuelta. Y tal y como le había explicado la rubia, lo hizo con decisión, haciendo que la tortilla quedara perfecta en el plato al volcarla.

- ¡Bien! – celebró Luisita, cogiendo el plato para dejarlo en la encimera de la cocina y poder abrazarla.

- Tenga cuidado Margarita, que como se descuide le quita el trabajo. – dijo Amelia cerrando la puerta tras de si, anunciando su llegada.

Las mujeres salieron del abrazo para mirar a la ojimiel, ya que no se habían dado cuenta de su presencia.

- Pues sería todo un honor poder cocinar con ella. En una sola mañana me ha enseñado muchísimas recetas.

- Usted me ha enseñado también a mí, que vaya gazpacho más bueno nos ha salido.

- Es que viene de la familia que mejor cocina de todo Madrid. – dijo Amelia mientras dejaba sus cosas en la pequeña mesa de la entrada.

- Bueno, en eso tiene razón, pero yo no cocino ni la mitad de bien que lo hacen mi padre y mi abuelo, así que tiene que venir a Madrid a comer las croquetas que hacen, porque de eso no puedo enseñarle la receta, me echarían de la familia. – aunque se rio, lo último no era broma.

- Ojalá poder ir. – le contestó con una sonrisa triste que no les pasó desapercibida a ninguna.

Margarita era española, del sur concretamente, y aunque Amelia no le había preguntado directamente, deducía que superaba ya los cincuenta años. Se mudó hace veinte años a Los Ángeles con su marido y ambos regentaban una tienda juntos, pero después de que este falleciera hacia ya varios años, no pudo con el negocio sola y se tuvo que buscar la vida de trabajo en trabajo mal pagados hasta que encontró este. Aunque anteriormente no se dedicara a ello, siempre se le dio muy bien la cocina, y pudo hacer de esto su nueva forma de vida y poder practicar y aprender más recetas. La mayoría de los actores y actrices para los que había trabajado con aquella empresa ni si quiera se daba cuenta del personal que trabajaba para ellos, y era muy consciente de la gran suerte que había tenido con Amelia, ya que, durante todos esos años, era la única que le preguntaba cómo le iba el día.

- Ya verá cómo podrá volver cuando menos se lo espere. – le dijo Amelia con esa sonrisa tan suya que hacía que el resto se olvidara de sus males.

La mujer asintió devolviéndole la sonrisa y se volvió a mirar aquello que tenía en el fuego. Amelia se acercó a su novia y la cogió de la mano para arrastrarla fuera de la cocina y pudieran saludarse en condiciones. Cuando se alejaron un poco, la cogió de la cara y le dio un beso suave, haciendo que Luisita sonriera al despegarse de sus labios.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora