EPÍLOGO

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Cuatro octubres más tardes, Amelia entraba por la puerta de su habitación para ver cómo su mujer se observaba ante el espejo ajustándose el vestido que llevaba, no muy convencida con la elección de su vestimenta.

Vaya, su mujer.

Aun no se podía creer que estuvieran casadas, y no porque desde que se reconciliaron, su relación fuera difícil o pasaran muchos baches. Ni si quiera dudó en si Luisita aceptaría o no cuando en su cabeza aparecía la necesidad de pedirle que pasaran juntas el resto de su vida. Simplemente, no se podía creer que estuvieran casadas porque nunca creyó que pudiese ser un "nosotras" con nadie y encima serlo con ella... estaba viviendo en un sueño del que no quería despertar.

En realidad, aquello ocurrió, cómo no, en aquella amada ciudad.


Flashback.

Era agosto y casi habían pasado dos años desde que Luisita fue a buscar a Amelia a Paris, tres desde que se conocieron, y ahí se encontraban otra vez, porque habían decidido ir anualmente todos los agostos. No sabían muy bien porqué no cambiar de destino de vez en cuando, conocer otras ciudades, otras culturas, pero no, ese sitio las llamaba como un imán. Ya habían empezado a conocer tan bien la ciudad que se sabían las calles prácticamente sin necesidad de mapa, e incluso Luisita empezaba a entender un poco el idioma, pero siempre, siempre, acababan el atardecer frente a aquel muro que daba al Sena.

Y ahí estaban en otro ocaso más, disfrutando de la compañía mutua. Normalmente simplemente se sentaban en el banco para relajarse y disfrutar las vistas del monumento más emblemático de Francia, pero aquel día en concreto, Amelia estaba de todo menos relajada. Había planeado pedirle matrimonio justo en ese mismo lugar y le daba igual si era demasiado pronto, porque lo único que quería era pasar junto a ella el resto de su vida. Miró por el rabillo del ojo a la rubia que seguía con la vista hacia el frente, respiró hondo, y se levantó para tenderle la mano.

- ¿Bailamos? – le dijo con una sonrisa nerviosa y Luisita se la devolvió.

- ¿Enserio? ¿Todos los años?

- ¿Por qué cambiar costumbres cuando son perfectas?

Luisita negó con la cabeza mientras se mordía la sonrisa y aceptó su mano. Se levantó y se puso de pie junto a ella para rodearla por la cintura y apoyar su cabeza en el hueco de su cuello para empezar a balancearse. Amelia siempre cogía su móvil para poner alguna canción que las acompañara, pero esta vez estaba tan nerviosa que se le olvidó.

- No hay música. – susurró la rubia sin querer romper la magia del momento.

- ¿Y cuándo nos ha hecho falta para bailar?

Amelia sintió como la rubia sonreía contra su piel, lo cual hizo que todo su cuerpo se erizara y no pudo evitar acordarse de la canción que le compuso y cantó esa última noche que estuvieron juntas en Ibiza, esa canción que había decidido titular "El Reino de los Riesgos", porque sí, Luisita era un riesgo que absolutamente siempre estaría dispuesta a cruzar para ser feliz, para hacerla feliz.

- Nos conocimos divagando en la ciudad cuando el silencio susurraba nanas ya sin brillo. Una antesala donde ahogar nuestro naufragio vital, plantamos cara al huracán del si o el no. Nos aguantamos fuerte la respiración y desciframos nuestra piel hasta el amanecer. Busco duelos con tus besos, cada vez que me invoca tu voz. Cruzo el reino de los riesgos, cada vez que me provoca tu voz.

Luisita tenía los ojos cerrados disfrutando de su voz que le susurraba aquella canción y no pudo resistirse a dejarle pequeños besos en aquel trozo de piel en su cuello donde estaba apoyada su boca. Vale, estaba todo planeado. Bailarían y en cuanto terminara la canción, Amelia se pondría de rodillas, le sacaría el anillo, y le soltaría toda aquella declaración de amor tan bien preparada que tenía, esperando a que la rubia accediera a pasar el resto de sus días juntas. Pero, cuando estuvo a punto de empezar a cantar la segunda parte de la canción, Luisita la interrumpió.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora