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Maya Rinaldi era un problema, y uno muy grande

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Maya Rinaldi era un problema, y uno muy grande. Ella no quería serlo, quería ser normal, haber vivido una infancia junto a sus padres, jugando con muñecas y haciendo casas de jengibre en navidad, pero era imposible. Porque había vivido alejada de todo eso, había estado en las garras de Marcus Ruskov desde que tenía memoria, rodeada de cientas de personas que la trataban como algún loco experimento.

Maya odiaba eso. Odiaba tener gente a su alrededor, odiaba a los hermanos Ruskov, odiaba su vida... Se odiaba a ella. Maya tenía muchas razones para odiar a su tutor, lo odiaba por lo que le había hecho, por no darle una buena vida, por arrebatarle la posibilidad de ser feliz, pero más lo odiaba por enseñarle a odiar.

La castaña tomó el abrigo de piel que se encontraba a unos pasos de ella y se lo colocó, preparándose para ir a dar un paseo. El odio de Marcus no podía controlarla para siempre, y de eso estaba segura.

Rápidamente: tomó un poco de aire y se acercó a la puerta, tocando la manilla, pero fué justo en ese momento cuando escuchó unos pasos del lado de afuera, justo a unos metros de ella.

-¿Quién es?- Preguntó sin siquiera abrir, en un intento fallido de que su voz emita seguridad. No hubo respuesta. La figura seguía ahí, Maya lo sabía, así que se acercó a la ventana e intentó ver desde ahí.

Eran más, unos cinco para ser exactos. Hombres de uniforme, armados con aquel logo en su pecho que nunca podría olvidar, algo tan simple como la letra R. Eran soldados, aquellos que convirtieron la vida de Maya Rinaldi en un infierno, quienes la obligaban a permanecer en aquel lugar usando la fuerza bruta. Los monos de Marcus y Sienna Ruskov.

La castaña se apresuró en correr lo más rápido que pudo, no había otra salida más que la principal, pero al menos si podía esconderse por un rato hasta pensar en un mejor plan. Así que tomó una navaja de la cocina y corrió hasta las escaleras, subiendo al cuarto en el que había estado durmiendo los últimos cuatro años.

Abrió la puerta de la habitación y se escondió detrás de ella. Al menos así sería más fácil tomarlos desprevenidos. De pronto: luego de aquel silencio, un gran ruido se hizo presente en sus oídos. Habían derribado la puerta, y estaban entrando a la casa. Los pasos comenzaron a escucharse cada vez más cercanos y el corazón de la chica se aceleraba cada vez más. Era el fin, la habían encontrado.

Maya se aferró a la navaja que sostenía en sus manos, rezando para no volver a ser torturada en aquel lugar nunca más. No quería volver ahí, no lo soportaría una vez más.

-¡Despejado!- Oyó hablar a un hombre.

-Está bien. Tú ocúpate de esta habitación, yo iré abajo para revisar mejor si hay algún tipo de sótano. El jefe nos dijo que debíamos volver con la chica, y ella debe estar viva.- Dijo otro para luego bajar las escaleras.

El soldado entró a la habitación, apuntando con su subfusil hacia todas las direcciones que encontró, pero debió cuidar mejor su espalda. Fué en ese momento cuando la chica aprovechó para rápidamente acercarse a él y tomar a el soldado por la espalda.

WALLS - natasha romanoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora