thirty five.

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Maya entró al lugar aún con algo de miedo en ella, pero intentarlo ocultarlo a pesar de que la oscuridad del lugar no daba lugar a que alguien la observara

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Maya entró al lugar aún con algo de miedo en ella, pero intentarlo ocultarlo a pesar de que la oscuridad del lugar no daba lugar a que alguien la observara. No podía dejar de pensar en todo lo que la había llevado a ese momento, el día en el que enfrentaría sus miedos, el momento exacto en el que todas las promesas de venganza serían cumplidas con tan sólo apretar aquel gatillo.

De pronto: las luces del lugar se encendieron repentinamente, dejando ver justo en el centro del gran depósito a una cara que May habría jurado que no volvería a ver en su vida, el mismísimo rostro de sus peores pesadillas. Su rostro se mantuvo insólito ante los ojos del hombre, con cuidado de no dejar que una lágrima rebelde resbale de su rostro sin aviso alguno.

Allí estaba el mayor de los Ruskov, su padre, aún con su cabello color mostaza y aires de superioridad. Los ojos del mayor aún le causaban escalofríos a causa de los recuerdos. Aquella noche en la que todas despertaron con nuevas habilidades, el dolor, los gritos de sus hermanas, el llanto, todo era representado por el claro de los ojos de Marcus, acompañados por las oscuras ojeras bajo éstas.

Así mismo: observaba a May con su típica mueca de superioridad, aquella que la atormentaba hasta en sus peores pesadillas, la misma que la había perseguido un año atrás hasta la costa africana.

-¿Me extrañaste?- Preguntó éste con voz macabra, y fué en ese momento que Maya juró que su corazón había dejado de latir por un momento. No era posible que esté ahí, no era posible que ese sea el mismo hombre que la había torturado hacía ya tantos años, el mismo hombre que le quitó la vida a su primer amor. Allí estaba, parado, sin más, sin una mueca de arrepentimiento.

Ella suspiró antes de hablar, notando cómo se comenzaba a notar un nudo en su garganta que le impedía respirar correctamente. -¿Por qué me hiciste venir aquí?- Le preguntó.

El hombre posó una sonrisa arrogante sobre su rostro, observando a su hija con una mueca de ternura y admirando su ingenuidad.

-¿Por qué no hacerlo?- le preguntó -ya sabes todo, y tienes dudas. Es mi deber como padre resolverlas.

Maya rodó sus ojos. -No finjas ser el padre ejemplar ahora, llegaste veintinueve años tarde.

-Nunca es tarde para volver a empezar ¿cierto?

La chica no pudo creer que esté haciendo esa pregunta. La ira inundó su ser, sus ganas de arrancarle aquella mueca arrogante del rostro se hacían cada vez más fuertes, a pesar de que no era capaz de mantener contacto visual con el hombre por mucho tiempo.

-¿Es una broma? se te hizo tarde hace ya mucho tiempo, el día en que comenzaste a torturar a mis amigas-, explicó -el día en el que me mataste junto a Erika.

El rubio la observó, riendo con burla.

-¿De verdad aún crees que fué mi culpa? ¡Fué hace años, Maya, supéralo!

WALLS - natasha romanoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora