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Suspiré de nuevo. Empezaba a ser molesto, pero es que no podía evitarlo. Cada vez que recordaba lo que Jimin me había dicho la noche anterior, el aire simplemente se escapaba de mi boca. ¿Que se lo dijera de nuevo cuando estuviera segura? ¿Es que acaso no lo estaba? Yo creía que sí, al menos hasta que me dijo aquello, porque desde que esa frase salió de sus labios tenía un cacao mental importante en mi cabeza.

Jimin me gustaba mucho, y eso era indudable. Para empezar, me ponía nerviosa tenerle cerca, cosa que no me había pasado nunca y que, según Yeri, era el primer síntoma de empezar a pillarse por alguien. Y cuando estaba con él, me sentía diferente, como más especial. Además, me hacía reír y era super atento conmigo. Por no mencionar lo guapo que era y lo bueno que estaba. Así que, ¿qué más necesitaba para tenerlo claro? ¡Si hasta le echaba de menos! Había estado toda la noche pensando en sus besos, ¿por qué no iba a estar segura? Estaba segurísima, ¿no?

Genial. Ni siquiera estaba segura de estar segura, eso solo me podía pasar a mí.

Me levanté de la cama (por fin) y pensé que sería buena idea bajar a desayunar. Llevaba una hora dando vueltas sobre el colchón y analizando las palabras del chico de pelo rosa que ahora ocupaba el noventa por ciento de mis pensamientos, y la verdad es que eso había gastado más energía de lo que imaginaba. De hecho, la barriga me rugió un par de veces, avisándome de que necesitaba algo de sustento para seguir aquel ritmo desenfrenado de actividad neuronal.

Lo único que esperaba aquella mañana era poder desayunar tranquilamente y despejarme un poco, pero resultó ser que la vida seguía teniendo un extraño sentido del humor cuando se trataba de mí, porque cuando entré en la cocina, mi madre estaba allí, desayunando junto a Yoa. Y cabía destacar que mi madre nunca desayunaba en casa. Nunca. Jamás de los jamases.

«Una retirada a tiempo es una victoria, Roa».

Me di la vuelta para volver a mi habitación antes de que la señora de la casa pusiera sus afilados y despiadados ojos sobre mí, pero debía tener un sexto sentido, porque justo cuando creía que ya estaba fuera de peligro, su voz retumbó en las paredes de la enorme cocina.

—Siéntate.

—Uf... me viene fatal.

—Unnie —suplicó mi hermana. Su tono me alertó de inmediato, algo no iba bien. Lo cual solo consiguió aumentar mis ganas de salir pitando de allí.

También me fijé en que había vuelto a ser "unnie" y no Roa. Así era como Yoa me llamaba delante de nuestra madre. Supongo que para mantener las apariencias de esa relación tan impersonal y distante que ella quería que tuviéramos, porque me gustaba pensar que mi hermana pequeña y yo nos habíamos acercado un poco más después de que yo hubiera sido su maniquí por una tarde.

—Que no, de verdad, que se me ha pasado el hambre. Ya comeré en el almuerzo.

—Me ha llamado la directora Park —soltó mi madre. Decir que se me congeló la sangre no le hacía justicia a lo que sentí en aquel momento—. Siéntate, tenemos que hablar.

Intercambié miradas de auxilio con Yoa, pero sus ojos me decían lo que yo ya sabía: no había forma de escapar de aquello. No me quedó más remedio que desistir en mi huida y avanzar hasta la mesa de la cocina, sentándome en una de las sillas vacías que la rodeaban. A ser posible, la más lejana a mi progenitora, porque no quería estar muy cerca teniendo en cuenta que últimamente había incorporado la violencia en sus regañinas. Un método muy poco ortodoxo para criar a una hija, si se me permite decirlo.

El silencio era atronador. Solo se oía el chirrido que hacía el cuchillo de mi madre al cortar su filet mignon (vamos, un trozo de carne de toda la vida) y el choque de la cuchara de Yoa contra su bol repleto de arroz. Era incómodo, pero decidí hacer como si nada y escoger el menú de aquella mañana. Había un poco de todo; desde bollería hasta comida italiana. Pero no había pizza, y eso me pareció un tremendo sacrilegio. Todo el mundo sabía que la pizza era el mejor desayuno. Todo el mundo menos, al parecer, los cocineros que habían contratado mis padres.

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora