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Todavía tenía los ojos pegados al salir de mi habitación el lunes por la mañana. Era muy probable que me hubiera puesto la camiseta del uniforme del revés, porque cuando me vestí todavía estaba medio roncando. Efectivamente, eso de dormir poco se había convertido en una costumbre muy mala que me iba a acompañar hasta que solucionara lo que me tenía tan inquieta. Que, por cierto, hablando de eso, todavía no tenía ni puta idea de cómo hacerlo.

Bostecé y me rasqué la barriga de camino a las escaleras. Cuando las bajé, la luz cegadora del hall se encargó de despertarme del todo. Eso, y los tres extravagantes vestidos que había en mitad de la estancia, colgados de una estructura con ruedas parecida a los percheros de las tiendas. Fruncí el ceño, mirándolos. Se instaló una tensión muy rara entre ellos y yo. Sabía que eran objetos inanimados, sí, pero... ¿qué cojones? Por algún extraño motivo, me estaban enviando malas vibraciones. Tenía un mal presentimiento.

Justo en ese momento en el que yo me quedé paralizada observando la elegancia que rezumaba de esas tres prendas de ropa y que, sinceramente, me hacía sentir fuera de lugar, escuché pasos detrás de mí. Yoa acababa de bajar las escaleras, murmurando un buenos días al pasar por mi lado.

—Ehhh... Yoa —la llamé. Mi hermana se detuvo antes de cruzar el umbral de la puerta hacia la sala y me miró—. ¿Qué es esto?

—¿El qué?

—Estos... disfraces.

—¿Disfraces? —Se acercó de nuevo y, con media sonrisa, pasó la mano por un vestido en concreto. El azul—. No son disfraces, Roa, son nuestros vestidos para la gala.

—La gala —repetí, perdida.

—La gala benéfica.

—La gala benéfica —volví a repetir. Yoa me dedicó una mirada significativa con la esperanza de que empezara a recordar. Y lo hice, vaya si lo hice—. ¿La gala benéfica que ha organizado nuestra madre y en la que se supone que tengo que pedirle disculpas a la directora Park públicamente? ¿Esa gala?

—Esa gala, sí.

Abrí los ojos como si acabara de tener una horrible premonición. Dios mío de mi vida, se me había olvidado por completo que ese momento llegaría. Es más, tenía tan claro que no iba a asistir a esa gala que la había borrado de mi mente casi como si nunca me hubieran hablado de ella. Y, sinceramente, mi opinión al respecto no había cambiado. No pensaba ir. Y menos con uno de esos vestidos que parecían sacados de... de... Bueno, el rojo no estaba mal, pero ese no era el punto.

—¿Cuál se supone que es el mío? —pregunté sin poder evitarlo. Yoa sonrió ampliamente y dio un paso hacia delante, sacando el rojo de su sitio. Vaya, qué casualidad.

—Te lo he elegido yo —dijo toda orgullosa mientras lo extendía sobre su cuerpo para que yo pudiera verlo con todo lujo de detalle—. ¿Te gusta?

¿Que si me gustaba? Pues claro que me gustaba, pero si hubiera nacido con el cuerpo de una supermodelo me habría gustado muchísimo más.

No sabía mucho de alta confección, pero sabía lo suficiente sobre moda para saber que era un palabra de honor. O casi, porque llevaba dos tiras a cada lado para fingir que, al menos, el escote en forma de corazón se sujetaba a mis brazos, pero por la fluidez de la tela parecía que no sujetarían mucho. Era ajustado en la cintura, y la falda se derramaba como si fuera líquido hasta rozar el suelo. En el lateral izquierdo, tenía una pequeña abertura que, por mis cálculos, debía comenzar más o menos a la altura de mi muslo. Era sencillo, bonito y sexy, sí, pero no era para mí.

—No sé yo... —murmuré reticente, acariciando la tela suave y ligeramente satinada—. Voy a estar ridícula. O lo estaría si pensara ir a esa gala.

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora