33 ºC

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El frío que hacía en la calle me aliviaba, pero no lo suficiente, porque Seokjin había decidido taparme con su americana como si estuviéramos a tres grados bajo cero incluso después de haberle dejado bastante claro que estaba al borde de una combustión espontánea. Ese calor que sentía era tan intenso, tan horrible, que no sabría ni cómo describirlo. Y las ganas de vomitar no ayudaban. Eran intermitentes; venían y se iban. No como el dolor de cabeza, que había llegado para quedarse conmigo. Un dolor sordo, pero ahí estaba. Todo esto sumado a la flojera, a esa pesadez que me dificultaba moverme o simplemente respirar, estaba haciendo de aquella noche un infierno. Literalmente.

Era muy frustrante querer abrir los ojos de par en par o querer moverme y tener que hacer esfuerzos titánicos para ello. Muy, muy frustrante. Me sentía completamente indefensa y desprotegida, y quería que se acabara. Mi único consuelo, por increíble que parezca, es que el idiota de Seokjin estaba a mi lado, cuidando de mí. Cada poco tiempo se aseguraba de que seguía consciente, porque no lo parecía. Y a veces, hasta me tomaba el pulso.

Por algún motivo, hacía mucho que había dejado de insistir en ir al hospital, y menos mal. Odiaba el hospital. Lo odiaba tanto, tanto, que ni siquiera en aquellas condiciones quería pisarlo. Podía parecer una decisión imprudente, sí, pero estaba convencida de que, como cualquier droga, los efectos se pasarían con el tiempo. No podía durar para siempre, ¿verdad?

—¿Estaría muy mal que me pusiera a jugar a algo mientras esperamos a tu novio y tú pierdes el conocimiento? —preguntó Seokjin. Yo reuní todas mis fuerzas para mover la cabeza en su dirección, pero no le respondí—. ¿Eso es que sí?

—Haz... lo que quieras —exhalé.

—Eso es lo que siempre decís las mujeres cuando estáis enfadadas. Me lo tomaré como un no.

Rodé los ojos, o lo intenté. Creo que lo único que logré hacer fue cerrarlos. Era como si tuviera sueño, como si estuviera muy muy cansada y no pudiera mantenerme despierta, pero no podía dormirme. No sintiendo ese calor tan molesto, esa sensación en el estómago. Era imposible.

—¿Dónde...? —comencé a preguntar, pero me quedé a medias. Me quedaba sin aire muy rápido.

—¿Dónde está tu novio? Supongo que de camino. —Negué suavemente. No era eso—. ¿Dónde estamos? —Asentí. Eso sí—. Hemos salido del edificio, estamos a un par de calles de allí. Nos hemos sentado aquí para esperar a Jeon.

Aquí, eso era lo que quería saber. ¿A qué lugar se refería con "aquí"? No conocía nada a mi alrededor. Solo veía edificios, coches y gente pasando de vez en cuando. Supongo que el lugar no era relevante, pero una parte de mí seguía sin fiarse de Kim Seokjin. Después de todo, era el mismo chico que me había insultado a mí y a mis amigos durante tanto tiempo. ¿Por qué de repente iba a querer ayudarme? Podía estar drogada, pero aún conservaba algo de sentido común.

—Deberías ver la cara que pone la gente cuando te ve. Creen que llevas la borrachera del siglo. Es súper gracioso —dijo divertido. Esta vez, cuando le miré, me aseguré de intentar transmitirle cierto odio mortal—. Vale, a lo mejor no es tan gracioso.

Comencé a aspirar aire para responder. Iba a preguntarle que si era así de gilipollas desde siempre o había entrenado a conciencia para ello, pero el rechinar de las ruedas de un coche me interrumpió, dejándome aturdida durante unos segundos.

El vehículo en cuestión se había detenido frente a nosotros, y alguien salió de él a la velocidad de un tornado. Yo no le veía bien, me era imposible, pero reconocí su figura al instante. ¿A quién quiero engañar? Le habría reconocido hasta con los ojos cerrados; el ímpetu, las formas... hasta el sonido de sus pisadas. Jungkook por fin había llegado, y la palabra tranquilo era todo lo contrario a lo que podría usar para definirle en aquel momento.

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora