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Me recoloqué el jersey del uniforme una última vez y subí un poco mi falda a propósito antes de abandonar mi habitación. Siempre me habían gustado mis piernas, eran largas y bastante estilizadas, pero ni siquiera eso me eximía de parecer un saco de patatas sin forma, que era como aquella prenda hacía lucir a todas y cada una de las estudiantes que se ceñían a las normas y respetaban "el protocolo". Al parecer, enseñar las rodillas era peor que robar, o esa era la única explicación que le encontraba a aquella estúpida regla que nos obligaba a llevarla justo por debajo de ellas. Y no habría tenido ningún problema con eso si no fuese por lo terriblemente mal que quedaba aquel trozo de tela beige.

Aunque, si bien llevar la falda sobre las rodillas ya me parecía un desafío a la dirección del insituto en toda regla, comprobé una vez más que mi hermana Yoa había decidido ir mucho más allá, no solo subiendo su falda hasta más de la mitad de sus muslos, sino incluso usando aquellos zapatos altos de tacón y esas estrechas camisas a punto de estallar por culpa de su gran dotado pecho. No es que yo tuviese poco pecho precisamente, pero ella siempre había sido más que yo en todo; más guapa, más tetuda, más culona, más alta, más sexy, más educada, más inteligente. Digamos que yo era la oveja negra de la familia, sí.

—Mierda —mascullé, bajando las escaleras tras ella—. ¿Era hoy el concurso para ver quién lleva la falda más corta de todo el instituto? Se me había olvidado por completo.

—Cállate, Roa.

—¿Crees que así ganaré? —le pregunté, arremolinando la cinturilla de mi falda hasta que el límite de esta se elevó tanto que se me veían las bragas—. Meh, creo que no es suficiente. Tal vez debería simplemente ir sin ella.

—¿Estás insinuando algo?

—Nah, por mí como si vas desnuda —admití, ganándome una mirada de odio por su parte—. Aunque, si decides hacerlo, avísame primero para comprar una escopeta y matar a todo aquel que se te acerque con dudosas intenciones.

—A veces solo me gustaría tener una hermana normal —suspiró, poniendo los ojos en blanco y dándome el placer de verla irritarse una vez más gracias a mis bromas.

—Creo que, en dieciséis años, has tenido tiempo de aceptar que nunca lo seré. —Le di un pequeño azote en el culo tras decir esto, adelantándola y llegando al piso de abajo antes que ella.

La relación que mantenía con mi hermana pequeña no era muy común. No nos odiábamos, pero aún así lo parecía, porque la mayor parte del tiempo estábamos peleando o insultándonos (o más bien ella me insultaba mientras yo me reía). Es más, apenas hablábamos de verdad, no compartíamos detalles sobre nuestra vida ni nos pedíamos consejos la una a la otra. Yoa nunca acudía a mí cuando tenía problemas, y yo me había acostumbrado a esa rara situación que nuestra propia madre había favorecido desde siempre. No era ningún secreto que Yoa era su hija predilecta, y tampoco el hecho de que no le gustaba vernos muy unidas, aunque ni siquiera sabía el motivo de aquello, pero tampoco traté de averiguarlo. Hacía mucho que había comprendido que no debía cuestionar los comportamientos de mi madre, puesto que nunca encontraría una respuesta que me agradara.

—Niñas, daos prisa —nos apremió la susodicha cuando mi hermana y yo llegamos al gran hall de nuestra nada modesta mansión. Una vez más, me quedé admirando la belleza de mi madre mientras ella estaba demasiado concentrada en colocarse uno de esos brillantes pendientes repletos de diamantes. Llevaba ese refinado vestido de Chanel que había sido confeccionado especialmente para ella, y los Manolo Blahnik se amoldaban a sus pies con elegancia. Su pelo cobrizo estaba recogido en un moño sobrio, mientras que su piel lucía maquillada y cuidada con los más caros cosméticos, deslumbrando mis ojos—. Vamos, el Señor Min está esperando.

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora