Llevaba cinco días sin saber nada de ella y me estaba volviendo completamente loco. Lo único que había averiguado era que estaba en Yeosu con su abuela, pero no sabía nada más. Ni por qué se había ido, ni por qué no me había dicho que se iría, ni por qué apagó el móvil y desapareció de un día para otro sin dar ninguna explicación. Y por mucho que intentaba autoconvencerme de lo contrario, reconozco que empezaba a ahogarme en esa maldita ansiedad que ya creía olvidada hacía tiempo.
«Por estas cosas no confías en la gente, Jungkook», me recriminaban mis propios pensamientos. «Te lo mereces. Te lo mereces por confiar en ella».
Miraba el móvil compulsivamente. Lo encendía, lo apagaba, lo encendía, lo apagaba... Y nada. Nunca en mi vida había estado tan obsesionado con recibir un mensaje de alguien. De hecho, siempre había odiado la posibilidad de que cualquier persona pudiera contactar conmigo a través de ese aparato de mierda, por eso ni siquiera tenía redes sociales. Pero me daban ganas de registrarme en todas y cada una de ellas para buscar algún rastro suyo. Una foto, aunque fuese. Una frase. Algo que pudiera explicar su desaparición, ya que ni siquiera su hermana o sus amigos eran capaces de hacerlo. La cara que puso Yoa cuando me vio aparecer en la puerta de su casa, desesperado, me hizo compadecerme de mí mismo. Ni siquiera era consciente de que su hermana no había avisado a nadie (ni siquiera a mí) de que se iría una temporada, y le resultó igual de extraño que tampoco pudiese contactar con ella cuando marcó su número.
Me quedé unos segundos contemplando mi fondo de pantalla. Roa, en su versión más achispada, me sonreía ampliamente desde la cama de aquella cabaña en la que, por primera vez, sentí lo que era que me rompieran el corazón.
«Dime, ¿qué está pasando por tu cabeza ahora mismo?», le pregunté a su imagen. Como si mis pensamientos y los suyos pudieran estar conectados de alguna manera.
—¿Jungkook? —Oí que me llamaba esa voz suave y aburrida, pero la ignoré. «Si solo pudiera... no sé, ir a Yeosu. Si supiera dónde vive su abuela, podría...»—. Jungkook.
Solté un montón de aire por la nariz y bloqueé el móvil de mala gana.
—¿Qué? —medio gruñí
Han Junhee, que todavía no se había dado por vencida, seguía ahí, sentada en su sillón con las piernas cruzadas y su bloc de notas en el regazo. Me observaba con una paciencia infinita que, de alguna manera, me resultaba envidiable. Si alguien se atreviera a hablarme a mí como yo le hablaba a ella, mi reacción sería mil veces más violenta que la suya. Supongo que ese era uno de los pequeños detalles por los que estábamos en esa situación. Aunque, siendo sincero, en esa ocasión no estaba poniendo mucho de mi parte para que la terapia avanzara. Y el único motivo por el que no me levantaba y me iba era porque, en el fondo, su paciencia inquebrantable me recordaba un poco a ella. A Roa.
—Te noto especialmente distraído hoy. ¿Hay algún motivo por el que tu cabeza esté en otra parte? —me preguntó, posicionando la punta del bolígrafo contra el papel para no perder detalle de lo que dijera en caso de que me dignara a hablar. Eso me ponía muy nervioso. Cada vez que decía algo, lo más mínimo, ella lo apuntaba en ese maldito cuaderno.
—No.
—¿Ha sucedido algo con tu madre? —inquirió.
—No —repetí.
—¿Y todo bien con Roa?
Odiaba no ser dueño de mis músculos, que siempre se tensaban como las cuerdas de una guitarra cuando alguien tocaba un tema del que no quería hablar. No quería parecer un puto libro abierto y darle a cualquiera la oportunidad de hacerme daño. Me hacía parecer débil. Aunque, al fin y al cabo, siempre lo había sido, ¿no?
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Cold as Fire » jjk, pjm
Fiksi PenggemarEl comportamiento de Roa nunca estuvo ligado a su estricta cultura ni a lo que se esperaba de una "señorita de su estatus social", y las muchas críticas que recibió por ello le resbalaron como el más escurridizo aceite. Para ella, la vida era un jue...