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Después de mucho insistir e insistir, Jungkook firmó las condiciones impuestas por la directora Park para volver a clase y accedió a hacer esa terapia para controlar su ira. Me costó lo mío convencerle, sí, pero para cuando llegó el tan esperado sábado (esperado por Yoongi, no por mí) él ya había tenido su primera sesión. Aunque cuando le pregunté cómo le había ido no recibí respuesta alguna, así que intuí que no muy bien.

Yo, por mi parte, también estaba haciendo mis esfuerzos. Seguía estudiando para el examen de Física y Química, cuya proximidad me asfixiaba hasta el punto de querer tirar los apuntes por la ventana o... mejor aún, tirarme a mí misma. ¿Quién cojones entendía aquellos problemas?

«Un automóvil de mil doscientos kilogramos que circula a setenta y dos kilómetros por hora frena uniformemente y se detiene tras recorrer una distancia de treinta metros. Calcula la fuerza aplicada para detenerlo».

—¿Qué? —pregunté en voz alta, como si alguien fuese a explicármelo.

Aún así, aunque no entendiera absolutamente nada de lo que acababa de leer, lo intenté. Leí los apuntes tantas veces como fue necesario y traté de resolver el problema paso por paso. Sobra decir que, cuando le pregunté a Yeri el resultado para comparar, la foto que me mandó por Kakao no tenía nada que ver con la catástrofe que yo había creado en aquella pobre hoja de cuaderno. A ese ritmo no pasaría de curso en un futuro próximo. Y en uno lejano tampoco.

Suspiré y me dispuse a intentarlo de nuevo, pero un estruendoso ruido proveniente de mi estómago me interrumpió. No sabía por qué, pero cada vez que me concentraba mucho en algo, me daba hambre. Sobre todo, cuando estudiaba. La verdad es que nunca me había percatado de tal cosa, porque nunca me había parado a estudiar de verdad. Pero una vez que me tomé en serio eso de aprobar, descubrí que sí, que así era. Tenía dos teorías: la primera, que mi cerebro necesitaba reponer toda esa energía mental que estaba gastando al pensar más de la cuenta y lo hacía a través de la comida; la segunda, que mi subconsciente me hacía comer para recompensar mi esfuerzo de alguna manera. En plan: «enhorabuena, toma otra galletita». Porque sí, siempre eran las galletas de Yoa las que acababan en mi estómago. Y si digo que eran de mi hermana es porque el único motivo por el que mi madre solía comprarlas era ella, sin duda.

Faltaban pocas horas para la cena, pero aún así salí de mi habitación en busca de las dichosas galletas. Me arrepentí al instante de aquella idea cuando mi madre me interceptó en el pasillo. Al principio pensé que simplemente nos cruzábamos, que yo seguiría mi camino y ella el suyo, pero no. Sus labios pronunciaron mi nombre con ese timbre tan mortificante que la caracterizaba y yo me quedé quieta, esperando a que dijera algo más.

—¿Puedes venir un momento a mi despacho?

¿Su despacho? Supuse que se refería al despacho de mi padre, ese que él nunca usaba para trabajar porque... ¡sorpresa! Nunca estaba en casa.

Quise negarme, pero conociéndola como la conocía, sabía que eso no sería muy buena idea. Así que accedí, sin saber lo que desencadenaría mi acatamiento. Nada bueno, sospechaba, porque cuando se trataba de ella nunca podía esperar nada positivo. Y menos después de lo que había pasado con su querido sobrino Donghyuk.

Entré al despacho y me fijé en que mi madre lo había vuelto completamente suyo. Las paredes, las cortinas... incluso los libros de la estantería habían cambiado por completo. Supongo que, finalmente, decidió apropiarse de él. Al fin y al cabo pasaba mucho tiempo allí organizando sus eventos sociales súper importantes. Era la presidenta del comité de nosequé y la fundadora de la organización benéfica de vete tú a saber. La verdad es que nunca me había interesado en conocer sus títulos y seguía sin hacerlo.

—¿Me siento? —pregunté cuando la vi hacer lo propio tras el escritorio. Aquello no era como el despacho de la directora, no había una silla a cada lado de la mesa para hablar con esa aburrida formalidad, así que, cuando mi madre asintió, ignoré el escalofrío por la columna vertebral y arrastré el sillón esquinero por el mármol para sentarme frente a ella. Había algo flotando en el ambiente que no me gustaba nada, pero fingí que no me daba cuenta.

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora