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—Jimin, no te lo tomes a mal, pero... ya había estado en una cafetería antes.

—No me digas. —Fingió sorprenderse, abriendo mucho los ojos—. ¿En serio?

—Te lo prometo.

—Y también habías probado el batido de vainilla, ¿verdad? —Alcé una ceja, aparentando cierta reticencia—. Adelante, dilo. Podré soportarlo.

—Sí, me temo que sí...

—Mierda... —Hizo uno de esos gestos que solían hacer los deportistas cuando perdían en una competición importante, y yo me reí—. Lo siento, pensé que habías vivido toda tu vida encerrada en un sótano y que te haría ilusión ver cómo era la vida aquí fuera, pero parece que no he acertado.

Le di una patada por debajo de la mesa. Nada preocupante, solo usé el cinco por ciento de mi fuerza de mierda para hacerlo, así que casi ni la notó. Jimin se volvió a reír, como había hecho diez minutos antes y como llevaba haciendo desde que me había visto por primera vez aquella tarde. Me gustaba. Me gustaba mucho su risa, su sonrisa, su cara alegre, así que no me podía quejar de parecerle tan divertida, solo seguir actuando como el hazmerreír que era y asegurarme de que esa expresión se mantuviera en su rostro siempre que estuviera conmigo. Eso me propuse en ese momento, sí, y luego me propuse acabar con su vida, porque sus carcajadas no cesaban y ya empezaba a resultarme un poco insultante.

—Eres idiota. Deja de reírte de mí —me quejé, y bebí de mi batido de vainilla (batido helado, en realidad) con indignación. Estaba bueno, me recordaba a los que yo hacía en la cafetería de Namjoon, pero le habían echado demasiada nata para mi gusto.

—No me río de ti, me río contigo. —Jimin se inclinó sobre su frapuccino y, antes de que pudiese reaccionar, pasó su pulgar por encima de mi labio superior. Me quedé estática. Al menos no se chupó el dedo después, porque si no me habría dado un ictus—. Te habías manchado de nata.

—Gracias —murmuré, sintiéndome enormemente avergonzada de repente. ¿Podía volver a ser yo misma? Por favor y gracias—. En fin, ahora en serio. ¿Esto era lo que querías enseñarme?

—¿El qué? ¿Mi cafetería favorita? —Asentí, y él sonrió como si yo fuera muy tierna—. No, claro que no.

—¿Era el pelo? ¿Querías enseñarme tu pelo rosa?

—Tampoco.

—¿Entonces?

—Tenemos que hacer tiempo. —Miró el carísimo rolex que llevaba en su muñeca, y yo rodé los ojos al darme cuenta de que probablemente estaba sentada delante de más de un millón de wones—. Quedan cuatro horas todavía.

—¿Cuatro horas para qué?

—Quién sabe.

Jimin bebió un poco de café mientras yo le lanzaba una mirada asesina. Me dio la impresión de que le costó mucho tragárselo en lugar de expulsarlo todo en forma de carcajada, y eso habría estado genial, porque así habría sido yo la que se habría reído de él. Fuera como fuese, no tuve esa suerte, y me tocó ser la víctima a quien el muy malvado disfrutaba haciendo sufrir.

—¿Me estás diciendo que faltan cuatro horas para lo que sea que quieres enseñarme y que durante esas cuatro horas no piensas darme ni una mísera pista?

—Efectivamente.

Bufé, y lo hice tan fuerte que la gente alrededor nos miró, pero no me importó, y a Jimin tampoco. Estaba a punto de morder a alguien, porque odiaba cuando me dejaban con la curiosidad. Yo era una persona muy curiosa, más o menos como los gatos, y saber que tendría que estar cuatro horas comiéndome la cabeza hasta que Jimin me enseñara lo que fuese que quería enseñarme me iba a volver loca. Tenía la mente llena de teorías, algunas de ellas muy disparatadas y otras demasiado picantes. Descarté las más eróticas, porque no me encajaba que quisiera esperar esa cantidad de horas tan exacta para proponerme que hiciera algo indecente con él. Es decir, si fuera eso podía proponérmelo en ese mismo momento, ¿por qué esperar tanto tiempo?

Cold as Fire » jjk, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora