—Entonces, ¿cuándo piensas hablarme de ese chico?
Me llevé otra patata a la boca sin despegar los ojos de la tele. Mi abuela estaba junto a mí, sentada en un taburete y preparando kimchi en un barreño. Eso era, en gran parte, lo que más me gustaba de estar en Yeosu con ella: la sencillez de la vida costera y rural, los quehaceres típicos de una familia coreana normal y la calidez de una casa que no estaba recubierta de mármol por todas partes. Siempre me sentía muy cómoda y acogida cuando estaba allí, como en paz. Y puede que el hecho de que aquello pareciera un templo de culto hacia mi persona también tuviera algo que ver. Miraras donde miraras, ahí estaba yo. Toda mi vida documentada a través de fotografías, contando las diferentes etapas de mi existencia; cuando se me cayeron los dientes de leche y se me veía un hueco enorme y ridículo al sonreír, mi primer día en aquel colegio privado en el que comenzaría a darme cuenta de lo mal que me caían los otros niños ricos, el primer Chuseok en el que me vestí con ropa tradicional en contra de mi voluntad, cuando fui a Londres por primera vez y me hice un selfie con un Guardia Real porque me pareció la mejor idea que había tenido nunca... También había fotos de Yoa, claro, pero por una vez me gustaba pensar que era la favorita de alguien. Se suponía que era la favorita de mi padre, pero tener un padre ausente no te sirve, ni mucho menos, para sentirte la favorita de nada.
—¿Qué chico, halmoni? —pregunté inocentemente, haciéndome la loca.
—¿Qué chico va a ser? El que ha hecho que recorras trescientos kilómetros solo para venir aquí a tirarte en el sofá y comer porquerías a mansalva.
—No sé de qué me hablas —mentí—. Omma me ha obligado a venir, ya te lo expliqué. Me dijo que estaba castigada y que me venía a Yeosu unos cuantos días.
—Se te olvida el pequeño detalle de que te conozco como la palma de mi mano, niña —replicó ella. Era un hueso duro de roer y bastante más inteligente que yo—. Venga, dime. ¿Cómo es? ¿Es alto? ¿Es guapo?
—Halmoni, ya te he dicho que no hay ningún chico.
Maya, que estaba tumbada muy cerquita de mí, me dio un par de toquecitos con el hocico en el brazo en el que tenía apoyada mi cabeza para que le diera la quinta patata de la noche. A veces pensaba que esa perra y yo teníamos una conexión especial. Probablemente era mi espíritu animal. Hasta su pose y la mía se me hacían muy parecidas en ese momento. Hermanas de distintas especies separadas al nacer, adictas a las mismas patatas de bolsa con sabor a mazorca de maíz. ¿Le gustaría también la mantequilla de cacahuete?
—No me mientas, Roa. ¿Crees que no me fijo en los detalles? Te pasas todo el día con la mirada perdida y suspirando, como si tuvieras el corazón roto. ¿Acaso ese chico te ha hecho daño?
—No —aclaré, dándome por vencida. Al fin y al cabo, mi abuela tenía razón en que me conocía demasiado bien, y prefería admitir que había intentado mentirle antes de que sacara sus propias conclusiones—. Él no me ha hecho nada, halmoni. Es que le echo de menos, nada más.
—Pues vuelve a Seúl con él.
—No puedo.
—¿Por qué no? —me preguntó de forma genuina, y a mí me dio una punzada en el corazón. «Ojalá fuera tan fácil», pensé. «Ojalá pudiera volver a Seúl junto a él como si no pasara nada»—. Roa, ¿qué es lo que no me estás contando?
—Sí que es alto —dije para desviar la atención—, y muy guapo. Muy, muy guapo, halmoni. Es un poco torpe socialmente hablando y tiene un carácter complicado, pero en el fondo es muy buen chico. ¿Me crees?
—Te creo —me concedió mi abuela con una sonrisa entrañable, olvidándose, por suerte, de la última pregunta que me había hecho—, pero ten cuidado, que esos son los peores. Cuando te enamoras de un hombre así, puedes perderte a ti misma en el proceso. Lo sé por experiencia.
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Cold as Fire » jjk, pjm
FanfictionEl comportamiento de Roa nunca estuvo ligado a su estricta cultura ni a lo que se esperaba de una "señorita de su estatus social", y las muchas críticas que recibió por ello le resbalaron como el más escurridizo aceite. Para ella, la vida era un jue...