Capítulo 36

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Al día siguiente...

Ya hacía unas horas que estaba en mi habitación, Shiela estaba parada junto a la puerta esperando a que le diera órdenes, a la vez que yo tomaba una refrescante taza de té blanco y comía bocadillos de una repisa de postres donde había desde éclairs, profiteroles, milhojas, beignets e incluso tartaletas de frutas.

—Yo me pregunto, ¿cómo las nobles comen esto todos los días entre cada comida y nunca engordan...? ­—dije, mientras me metía un profiterol a la boca, sintiendo como se derretía con cada mordisco que le daba.

Esto, simplemente sabe a gloria. Por un segundo sentí que una nube bailaba en mi boca, era tan esponjoso y dulce.

—Su señoría, las nobles no suben de peso porque, no importa cuantos postres puedan tener enfrente, ellas jamás se los terminan.

—Oh...

Con ese leve sonido, la criada intentó aguantar la risa mientras yo admiraba la repisa casi vacía.

Terminando de masticar el pan que sobraba en el interior de mi boca, volví a hablar:

—Olvidemos eso, ya va siendo hora de irnos, ¿qué hora es Shiela?

—Exactamente las 8 de la mañana su señoría.

La chica miró el artefacto que sobresalió levemente de su bolsillo, era un elegante reloj de bolsillo, y yo asentí.

Aquel objeto se lo había comprado momentos antes de irnos de Irimus, ya que me volvía loca no saber qué hora era, así, terminé gastando 5 monedas de oro en un reloj de plata muy fino con un grabado de un árbol en la tapa. Era lindo, pero odiaba cargar esas cosas, así que se lo di a la joven.

—Bien, comienza a empacar, iré a dar un paseo.

Levantándome, tomé una tartaleta y salí rápidamente de la habitación, ignorando la mirada acusadora de mi sirvienta, por el peso que seguramente iba a ganar.

«Te pondrás obesa.»

Me interrumpió Armilla, en mi carrera por el corredor de la posada, haciendo que bajara un poco la velocidad.

—¿Y qué tiene de malo? Solo tengo que hacer ejercicio, además, un poco de grasa no me hará daño. —dije a la vez que, instintivamente tocaba mi vientre con la mano libre.

«Lo dices como si tuvieras el cuerpo más escultural del mundo.»

—Y tú hablas como si supieras lo que es tener cuerpo.

«Auch, eso sí dolió.»

Me reí y le di una mordida a la tartaleta, que era del tamaño de mi palma, saboreando el dulce sabor de la miel, que se mezclaba en mi boca junto con lo agridulce del kiwi, las moras y los trozos de fresa.

Y, mientras me perdía en mi universo de aumento de voluminosidad corporal...

—¡Es hora de irnos soldados, empaquen sus cosas!

Se escuchó un grito desde el primer piso y, junto a ese, muchos más, de los que solo pude captar lo siguiente:

—Sir Walden, ¿recibió la carta de su alteza?

—Sí, al parecer nos alcanzará en unos días, exactamente cuatro.

Al principio no le tomé importancia y comencé a descender las escaleras a la vez que seguía saboreando lentamente mi tartaleta, pero después de escuchar el último comentario, esta cayó al suelo y yo casi me teletransporté a mi habitación.

Cerrando la puerta con un fuerte golpe, Shiela dio un brinco y me lanzó el quinqué ubicado a su lado, causando que este estallara justo al lado de mi cabeza, contra la puerta, y luego cayera con un estruendo hacia el suelo de madera.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora