Capítulo 7

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En los cuentos cada personaje tiene un papel que cumplir, un rol predeterminado que deben seguir al pie de la letra porque su vida depende de ello, algo como «Sal de tu papel y desaparecerás». Nunca pensé que me podría encontrar en la misma situación que el chico de que aquella historia fantástica, supongo que por algo tuve que conocerla.

Estaba tan inmersa en ese extraño sentimiento cálido que olvidé que realmente no soy nadie.

— ¿Qué pasa Nain? —sacándome de mis pensamientos el hombre rubio me miraba fijamente, como si pudiera ver a través de mí.

— No pasa nada, sólo estoy cansada.

— Haz estado durmiendo muy tarde, deberías cuidar tu salud. —se levantó de su asiento y se acercó hincándose frente a mí —. Me preocupas.

Como no querer salir del papel de hermanastra malvada si podía sentir las caricias sobre mi cabeza de este hombre cándido y gentil. Siempre estaba ayudándome y mimándome, no sabía sus intenciones, aunque, a pesar de saber la exigua maldad en ellas no había nada que me asegurara recibir estos tratos por siempre, si hacía un mal movimiento podía condenarlos y con ellos todos mis recursos en esta casa.

Tal vez pensé demasiado o estaba demasiado inmersa, porque Fausto tomó mis mejillas y las apretó mientras reía. No me consideraba delgada, es más, para mi altura tenía el peso ideal, por lo tanto mejillas...supongo que las suficientes como para que no me doliera la manera en que las presionaba. Era realmente incómodo, me sentía como una niña pequeña.

— ¿Qué hace? —sonreía y de un momento a otro había levantado ligeramente mis mejillas formando una sonrisa. No pude evitar alejarme un poco sin lograr que me soltara.

— Nunca te he visto sonreír de verdad, a excepción de esa vez que te di la cámara.

— Bueno, supongo que podría intentarlo, solo que.

— No hay muchas cosas que te hagan feliz. —porqué este hombre me conocía tan bien.

Me levanté obligándolo a soltarme, tenía razón en este lugar que no tenía nada que me gustara, sonreír ya no parecía posible, aunque recientemente había estado articulando esa mueca muy seguido, tanto que se está volviendo extraño.

Nunca había sonreído tanto, ni siquiera cuando era pequeña, era tan ajeno a mí que cunado sentía que la articulaba hacía lo posible por revertirla, casi como un reflejo

Decidí regresar a mi habitación a leer alguna cosa, todo era mejor que mantenerse en esa incómoda atmósfera, desde que mi nuevo "estudio" fue reparado me la pasaba practicando el piano y hace tiempo no leía nada, era bueno porque ya casi se me terminaban los libros, debía ir al pueblo por más o tal vez pedirle a Fausto lecturas de otros reinos.

Sería educativo, primero debería pedirlos y luego darme expectativas.

[...]

— Estás distraída. —sacándome de mis pensamientos Antek me tomó de la mano.

— ¿Qué dices?

— ¿Algo va mal? —su rostro denotaba preocupación, podía ver su frente arrugada y sus ojos llenos de ella. No era lindo verlo así.

— Nada, no pasa nada, sólo estoy cansada.

— Deberíamos entonces dejar de vernos por un tiempo. —ahora era él quien tenía esa mirada perdida.

— Te encanta preocuparte, ¿no es cierto? Piensa en ti en lugar de los demás.

Presionó sus labios y agachó la cabeza, era bastante tierno cuando quería, me acerqué a él y cuando estaba por tocar sus cabellos el repentinamente se levantó y tomó mi mano. Sus ojos daban una sensación diferente, no parecía molesto sino más bien decidido.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora