Capítulo 16

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¿Cuánto tiempo había pasado desde que vi por última vez a Antek?

Pensé que después de venir aquí tendría algo más de libertad, pero una vez ese hombre se fue y me pidió que viviera me encontré con la gran sorpresa de que en realidad me estaba formando para que tomara su posición como marqués, afortunadamente para mí el territorio que él cuidaba era relativamente pequeño, aunque esto era porque la manera en que protegía el imperio era por conexiones, más específicamente tratados con otros reinos que hacía mientras comerciaba.

Eso fue lo que dificultó todo.

— ¿Dices que el reino de Seina quiere anular el tratado?

— Así parece señorita. —el asistente frente a mi miraba al piso mientras su cuerpo temblaba.

Suspiré pesadamente, sosteniendo mi cabeza con fuerza mientras me recargaba en el escritorio.

El tiempo que pasaba en la oficina se había vuelto considerable, casi dormía aquí, las ojeras comenzaban a notarse, pues mi maldita piel casi transparente no era de gran ayuda para mantenerlas camufladas, de esta manera incluso mi cabello que diligentemente mantuve quieto comenzó a crecer a tal punto que tuve que recogerlo mucho más elaboradamente, tal vez para los demás no fuese demasiado, solo llegaba hasta poco más allá de los hombros, sin embargo, para alguien que mantuvo su cabello corto toda su vida hace que se sienta incómodo tener el cabello más allá de tus orejas. El problema más grande era el fleco que lucía más abajo de los ojos, impidiéndome ver.

¿Por qué habré querido dejarlo largo?

— Envía una carta, diles que a pesar de la ausencia del marqués Le Vine no cambia nada y si pese a todo aún desea anular el tratado, entonces deberá pagar la indemnización que este menciona en las condiciones, incluyendo, por supuesto, un extra por el dolor que causa romper una amistad pasada por generaciones. —sosteniendo mi pecho e imitando una voz llena de pesar terminé de dar instrucciones, el sirviente levantó la cabeza y asintió saliendo de la oficina.

Aún debía revisar algunos papeles y arreglar los tratados que muchos países querían terminar tras enterarse de la muerte del marqués, además el Imperio exigía saber quién tomaría el puesto del funcionario muerto, así que tenía mucho trabajo.

— ¡¿Qué haces aquí?! ¡No tienes ningún derecho de pisar este lugar! —sin embargo, mi agenda ocupada fue destrozada por los gritos que inundaron la oficina acompañados del gran estruendo de la puerta azotando contra la pared.

— Señorita, cálmese por favor. —la sirvienta personal de Amira intentaba calmar a la chica que gritaba sin parar, mientras se acercaba al escritorio.

— ¡¿Cómo se atreve alguien de sangre sucia como tú a sentarse en la silla de mi padre?!

— ¿Sangre sucia? ¿De verdad es eso lo único que te preocupa ahora? —suspiré mientras masajeaba mi cuello cansado y me recargaba en la silla.

— ¡Maldita plebeya, solo viniste aquí con tu madre para quedarte con todo lo que es mío! —no paraba de gritar arruinando mis tímpanos, mi cabeza comenzaba a doler y mi paciencia se agotaba, ¿hace cuánto no duermo?

— La sangre es lo que menos debería preocuparte, porque en este momento esa sangre tuya no te servirá de nada, ¿cómo puedes reclamar lo que es tuyo como eres ahora?

— Esto fue lo que mi padre dejo para mí, esta casa es mía, yo soy su hija, tu madre y tu hermana que quieren sacarme de aquí no son más que basura y tú, ¡tú especialmente! —me señaló, su cara se había arrugado por su enfado, se había acercado tanto que podía ver su dedo casi en mi ojo —. En esa silla debería estar yo sentada dando las órdenes, mientras que tú y tu familia estarían de regreso al oscuro agujero de donde vinieron, no caben aquí, solo váyanse, ¡devuélvanme lo que me pertenece y lárguense!

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora