Capítulo 35

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—¿Qué haces aquí...?

Dije mirando al chico peliverde parado en la entrada de la posada, el cual tenía una brillante sonrisa mientras me observaba, parecía un niño ansioso por recibir elogios.

Hace solo unos minutos creía que, una vez regresara a Tryon, no tendría que verlo nunca más, sin embargo, aquí estaba, como un perro esperando a su dueño. Juro que casi puedo ver una cola y orejas sobre él.

—¡Nain! Tardaste más de lo que imaginé. —Su sonrisa no desapareció mientras hablaba.

—Lennart, ¿cómo llegaste aquí? ...No, olvídalo, esa fue una pésima pregunta, ya debería haberme acostumbrado a que estés en todos lados a los que voy.

Un fuerte suspiro salió de mi boca, al mismo tiempo pasaba mi mano con fuerza por mi frente hasta llegar a mi cabeza, peinando mi cabello hacia atrás, llena de frustración.

—Me halagas querida, pero esta vez no tiene nada que ver con mis capacidades de persecución. —negó a la vez que entrecerraba los ojos y levantaba la cabeza, regodeándose con orgullo, por supuesto, manteniendo su sonrisa altanera.

—Me alegra que al menos reconozcas tus oscuras habilidades.

Esquivando sus ojos, continué:

—Entonces, ¿cómo has llegado aquí?

Cuando no me contestó, volví a verlo.

Solo entonces pude notar que su mirada se dirigía a mi maleta.

Haciendo un movimiento con su cabeza y levantando ligeramente las cejas de forma intermitente, parecía querer decirme algo.

—...Shiela, ¿podrías levantar la maleta?

—¿Sí? Es decir, enseguida su señoría.

Colocó la maleta de forma horizontal sobre sus dos manos y la abrió, con cuidado de no tirarla, pues en ese momento dejó de apoyarla en una de sus palmas.

Una vez estuvo abierta, comencé a sacar prenda por prenda, las sacudía revisando que no tuvieran nada extraño, y las volvía a meter de manera descuidada. Así lo hice varias veces hasta que llegué al atuendo de la fiesta de anoche, una vez extraje el saco, no tuve que hacerle nada para que, un par de lo que parecían broches, cayeran al suelo de inmediato.

Volviendo a colocar el ropaje en la maleta y me hinqué para tomar las joyas del suelo.

Sin embargo, cuando estuvieron en mis manos, pude notar que no eran broches, sino mancuernas decoradas con una preciosa piedra ámbar que brillaba con la luz del sol, como si del mismo proviniera.

—Esto es...Imposible.

—Sabía que no me defraudarías. —El chico me quitó uno de los gemelos y, viéndolo con regocijo, conectó sus ojos con los míos—. Sabes qué es esto, ¿cierto?

—Tú...¿de dónde los sacaste?

Mi voz sonó casi como un susurro, pero estaba segura de que él escuchó lo que dije.

Inconscientemente, mi mano libre formó un puño y mis uñas comenzaron a enterrarse en mi palma, no era doloroso, pero me ayudaba a no golpearlo.

—No los robé, si es lo que piensas.

Esa maldita sonrisa...

—Te pregunté cómo los conseguiste. —a la vez que hablaba, le arrebaté la mancuerna que me había quitado, removiendo ambas joyas en mi mano con ayuda de mis dedos.

—No fue muy difícil, solo tuve que pedírselos al Rey.

—¿Me dirás que, con solo preguntarle a Su Majestad, él te los dio? Eso...

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora