Capítulo 10

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— ¿Qué? ¿Te deslumbro tu belleza?

— ¿Cómo? —me sacó de mis pensamientos tan rápidamente que apenas capté lo que dijo.

— Te quedaste mirando como si fuera un tesoro.

— Para nada. —cerré con fuerza el gran libro—. Esta ni siquiera soy yo.

— ¿Cómo podrías decir eso? Mírate, si no eres tú, entonces, ¿en quien desperdicié tanta tinta?

Lo miré y dejé el álbum de lado levantándome para mirarlo, mientras una leve sonrisa para nada amistosa aparecía en mis labios, estaba molesta e iba a desquitarme con él. Eres la mejor Nain.

— Estoy segura de que usted sabe que esa cosa que cuelga sobre mi cabeza es solo pelo de caballo. —señalé el álbum mientras comenzaba a mirarlo mal, ¿debería detenerme?—. ¡Tomarse fotografías, sonreír y mostrar a todos cuan feliz supuestamente soy! Cada minuto debía actuar, no es solo mi apariencia, todo eso... ¡no soy yo!

Estaba entrando en crisis, pensé que lloraría otra vez así que decidí tranquilizarme, sino se volvería costumbre. Me di la vuelta intentando volver a la casa cuando él me detuvo otra vez.

— ¿Por qué no miras un poco más?

— ¿Qué más debo mirar?

— Deja de hacer preguntas y mira, por una vez en tu vida, confía.

Suspiré pesadamente y tomé el álbum nuevamente, viendo la fotografía faltante.

— Esto eso... —era yo, definitivamente, la verdadera yo.

Con cabello corto, más negro que la noche y una mirada enfocada en alguien, miraba a la persona tras la cámara, aunque siempre la evitaba; creía saber de quien se trataba pero me permití dudar.

¿Cómo podría haberlo conocido tan bien y no recordarlo?

— ¿Qué tal?

— ¿Cómo? Mi madre odiaba verme así, jamás me quitaba la peluca, entonces, ¿cómo es posible que tengas algo como esto?

No habló por un rato y, después de un largo suspiro, se frotó las sienes como si tratara de clamarse.

— Supongo que sabes quién está tras la cámara, ¿no? —asentí—. Éramos amigos, tú y yo, la verdad, me llevaba mejor contigo que con mi propia hija, pero llegar hasta allí fue realmente duro, así que...cuando perdiste la memoria, sólo me rendí.

— ¿De qué hablas?

— Bueno, hablar contigo es realmente difícil así que formar un vínculo es cuatro veces más complicado que solo cruzar un par de palabras, por eso cuando de repente no me conocías yo...Decidí olvidarte también.

— ¿Eres un niño o algo así? —me miró y sonrió incómodo—. Entonces dime, ¿por qué ayudaste a mi madre?

— Era socio de tu padre, pensé que con ella-

— La verdad Fausto. —mordió sus labios y rascó su mejilla—. ¿Qué tan complicada es?

— No la llamaría complicada, solo que... —se arrojó a la banca y, echando su cabeza hacia atrás, miró al cielo por unos segundo para después invitarme a sentarme a su lado.

Me senté.

— No te vayas por las ramas. —ordené.

— En realidad, eras preciada para mí, te consideraba una hija, así que cuando iba a visitar a tu padre siempre te llevé regalos y te los daba a escondidas. Cada vez que me mirabas te veías perdida, eras solo una niña, pero tus ojos parecían más maduros que los míos, veían mucho más de la vida de lo que seguramente jamás he visto.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora