Capítulo 24

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Las cosas se complicaban en el Palacio, todo el Imperio quería saber quién era la chica que había estado en el baile con el Príncipe Heredero, pero dado que nadie mencionó haberla visto antes, las cosas se complicaron, de repente, la chica cuya existencia todos cuestionaban, era también un misterio para mí.

—¿Dices que no sabes quién es?

—Sólo sé su nombre, no conozco nada más sobre ella. —sentí como todos me miraban.

Sí, traje a una chica que apenas conozco al baile y ahora no sé dónde demonios está, ¿algún problema?

—¿Cómo piensas encontrarla?

Levanté la mirada para ver a mi padre, quien masajeaba sus sienes con el ceño fruncido.

—Enviaré un pelotón a buscar pistas en el lugar donde la perdimos, en base a lo que encontremos buscaremos.

—¿Encontremos? ¿A caso irás también?

—Por supuesto, la conozco, puedo intentar encontrar más pistas si veo por mí mismo lo que encuentran y en dónde. —dio un fuerte suspiro, sonaba irritado—. Déjenos solos.

Todo el mundo salió de la sala, una vez lo miré me dijo que me acercara, subí los escalones que nos separaban quedando cara a cara.

—Debes encontrar a esa chica cueste lo que cueste.

—Lo sé, pero ¿por qué pareces más desesperado que yo por encontrarla?

—Lo vi, ella lo tiene. —lo miré extrañado—. No me mires así, hablo del brazalete de tu madre.

—¿De qué hablas? Ella no estaba usando ningún accesorio en las muñecas.

—No lo llevaba encima, estaba a su lado.

—¿Te has vuelto loco? ¿Te estas poniendo senil?

—Sí, estoy viejo, pero no estoy mintiendo, el brazalete escogió a esa chica.

—El brazalete... —fui yo ahora quien estaba irritado—. ¿Quieres decir que un pedazo de metal trajo a Nain a mí?

—Eres el Príncipe de este Imperio, deberías conocer sus leyendas.

—¿Leyendas? Son solo mitos, ¿de verdad tú, el Emperador de este país, cree en en esos cuentos?

—Lo creo. —no dudó, aunque lo miraba como a un loco él estaba orgullosamente sentado en su dorado trono.

Él era un magnífico Emperador, aunque lo odiara debía admitir que cada decisión que tomaba era correcta y, cuando se equivocaba, siempre podía salvar la situación.

¿Cómo habíamos llegado a esto?

—¿Lo dices en serio? —asintió, froté mi cara. Tan frustrante—. Bueno, la buscaré y le preguntaré acerca del brazalete, ¿satisfecho?

—Si ella tiene el brazalete como dije, entonces debes hacerla tu esposa.

Me sorprendió, después de todo era mi padre, que dijera eso me avergonzó. Digo, claro que quería hacer a Nain mi esposa, pero era vergonzoso que dijera mis intenciones así, tan descuidadamente. Aclaré mi garganta y, haciendo una última reverencia, salí del gran salón.

Anuncié a todo el reino que buscaría y, definitivamente, encontraría a la chica del baile para que se casara conmigo.

Di indicaciones a un grupo de soldados, Daveth se unió a la búsqueda, dijo que había visto a la chica y me ayudaría a encontrarla. Buscamos todo el día hasta que anocheció, dentro del carruaje no había nada y, en el camino, solo estaban las marcas de las pezuñas del caballo que se perdían después que entraba al bosque, como si se hubiese desvanecido.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora