Capítulo 8

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Resulta que las grandes maletas que ese mal hombre cargaba la última vez eran para un viaje, ahora nuevamente estoy sola en esta gran casa con estas mujeres extrañas y un vano consejo.

Inservible, es lo único que puede definir a mi cerebro ahora, completamente inútil.

— ¿En qué piensas? Muévete. —volteé para mirar a la rubia que, con el ceño fruncido, me miraba.

Su odio aún no se disipaba.

— Simplemente podrías pedírmelo amablemente, no pensé que te costara tanto pedir un favor.

— También creí que era sencillo moverse un poco y dejar de estorbar, pero supongo que hay cosas que la gente como tú no puede entender.

— ¿Gente como yo? —no pude evitar sorprenderme, recientemente no puedo controlar bien mis expresiones, por lo que terminé mirándola con estupor—. ¿Qué has dicho?

— Lo que oíste, o qué, ¿además de incompetente también eres sorda?

No pude responder nada, me quedé ahí parada, turbada, sólo logré a sentir como chocaba su hombro conmigo cuando pasó a mi lado, haciéndome perder un poco el balance.

Mi mente, ya enajenada, no pudo procesar lo que pasaba, todo era confuso. De repente, la linda chica, se convirtió en una terrible villana que no paraba de molestarme, causando que el quedarse sola en casa dejara de parecer divertido.

Estar encerrada en el ático pareció la mejor opción para este embrollado suceso.

Siempre había sido mi trabajo hacer sentir mal a las personas para evitar estas situaciones, sin embargo, recientemente estuve demasiado cómoda como para notar que mis barreras se habían cuarteado y, ahora, mi cerebro insólito no se tragaba la reciente actitud hosca de la niña mimada.

Pero una puerta no te esconderá para siempre y, finalmente, un día antes de que Fausto regresara, me encontraba encerrada como siempre leyendo un libro, "La sombra del viento", todo lo que podría desear envuelto en una tapa dura y cientos de páginas.

Mi embriagante lectura fue interrumpida por el estruendo de la puerta abriéndose de par en par sin ningún cuidado, del otro lado, Amira me buscaba casi con desesperación, su mirada detonaba molestia y un deje de tristeza al que no le presté mucha atención.

— ¿Sigues aquí?

Me levanté confundida y la miré, inclinando mi cabeza hacia un lado, dándole a entender que no comprendía su pregunta.

—Pensé que había quedado claro la última vez, no te pertenece este lugar. —volvió a decir.

— ¿Te golpeaste la cabeza? Fausto ya te ha dicho que este lugar es mío. —le hablé como si se tratara de un niño.

— Eres realmente egoísta, este lugar pertenecía a mi madre, por lo que es mío.

— ¿Tu padre no se enfadó contigo la última vez exactamente por lo mismo?

— ¿Enfadado? ¿Cómo podría él enfadarse con su única hija? —entre cerró sus ojos y sonrió como si fuera obvio.

— Bien, entonces, ¿cómo ocuparas este lugar?

— Eso no te incumbe, lo único que tienes que hacer es salir de aquí. —con su mentón, señaló la entrada.

No podía pelear con ella, sabía que tenía razón sobre el legítimo dueño del lugar, sin embargo, este espacio se había vuelto importante para mí, era más que un simple ático remodelado, se convirtió en mi santuario.

— ¿Qué pasa si no quiero?

— ¿Cómo? —me miró como si fuera una loca—. ¿Estás escuchándote? ¿haz enloquecido? Este lugar me pertenece por nacimiento, tu no cabes aquí.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora