Todo mi cuerpo dolía, pero de alguna manera me sentía mejor que ayer, cuando intenté levantarme algo me lo impidió, en mi mano derecha sostenía algo y al restregar mis ojos con la mano desocupada pude notar que se trataba de Fausto.
Entre en pánico, pero no grité, estaba aquí por una razón y quería escucharla antes de abrir esta escandalosa boca mía.
Cuidadosamente lo moví un poco para intentar despertarlo, estaba recostado en una silla mecedora así que no estaba tan incómodo, después de un rato despertó y al verme pude notar algo de preocupación en sus ojos.
— ¿Pasa algo? —apartó la mirada y soltó mi mano mientras se levantaba.
— Nada solo me preguntaba si ya te encuentras bien.
— Estoy bien ¿por qué?
— Ayer regresaste en Nichab un poco malherida. —confundido regresó su mirada a mí, parecía examinarme cuidadosamente—. ¿Es qué no lo recuerdas?
— No, lo recuerdo, me solté de los crines de Nichab y caí de bruces sobre la tierra, era obvio que terminaría adolorida.
— Si ese fue el problema, puedo arreglarlo. —sonrió y me ayudó a levantarme, caminamos lentamente hasta el establo y me mostró las sillas de montar.
— ¿Cree que soy estúpida? Por supuesto sé que existen estás cosas, pero a ella no le gustan. —Nichab apareció de la nada y empujó suavemente a Fausto, casi como si intentará mostrarle su disgusto.
— Ya veo. —parecía avergonzado, lo había hecho de nuevo.
— No importa, bastará con tener cuidado, llévese eso de aquí antes de que Nichab enloquezca. —acaricié a la yegua por el lomo y salí del lugar con ella siguiéndome.
Entré a la casa dejando al caballo atrás, y subí a mi habitación para cambiarme y escoger el libro que leería hoy y bajé al comedor a recoger un poco de comida para la tarde, no tenía planeado regresar a esta casa pronto y, ya que no había nadie despierto que me detuviera con excepción de ese sujeto, supongo que tendré el paso libre.
Metí varias barras de pan en una canasta junto con una botella de leche y varias frutas que encontré en mi camino, amarré la canasta a mi cintura con una cuerda y salí de la casa.
Montando a Nichab acomodé la canasta en mi regazo y cabalgué hacia la planicie de la última vez. Era de mañana y aún sentía la brisa de la noche pasada, el pasto mojado y el rocío de los árboles, incluso los charcos en los que caíamos una y otra vez empapándome las botas. Al llegar, bajé rápidamente y saqué el mantel que guardaba en la canasta, el pasto mojado y un pantalón blanco no eran una gran combinación.
Pasé horas sentada recargada en un árbol mientras leía, me gustaba ese lugar, estaba repleto de flores diferentes y árboles de todo tipo, era verde y brillante, un lindo paisaje que podías ver por horas y horas sin aburrirte, si tuviera una cámara sería asombroso.
Por años le pedí una a mi padre, pero nunca quiso darme una, así que estuve ahorrando para una yo misma, hasta que ese hombre murió y no tuve más remedio que dar mis ahorros para mí supervivencia.
Tal vez podría pedirle una a Fausto.
[...]
Dejé a Nichab en su box y regresé a mi habitación, la canasta vacía fue votada sobre el sillón rojo que decoraba la habitación.
Cada vez que miraba el cuarto, no podía imaginarme a ninguno de los dos habitantes decorándola. Tal vez habían sido los sirvientes.
Olvidando esas tonterías, me recosté para intentar dormir, sin éxito. Bueno, eran las seis de la tarde, no era nada normal dormir a esa hora.
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No soy Cenicienta
Teen FictionTodos conocen el cuento de Cenicienta, ya saben esa historia sobre una niña estúpida que no sabe defenderse de su madrastra y hermanastras, y que, por ser tan amable, el cielo la recompensa con la fortuna de un príncipe. Siempre pensé que era realm...