Capítulo 15

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—¿Te irás?

Una vez terminamos de hablar fuimos a almorzar, era aún temprano, pero realmente no tenía ganas de regresar a casa. Sin embargo, él, al oír las palabras del mayordomo que rondaban ese tema, dejó precipitadamente los cubiertos en el plato.

El sonido de la plata chocando con la cerámica inundó el, ahora silencioso, comedor.

—Bueno, yo… —bajé los cubiertos cuidadosamente y alterné la mirada entre el mayordomo Godfrey y Antek—. No tengo muchas ganas de volver aún, y pensaba que, tal vez, podría quedarme. Solo el día de hoy claro.

Tanto Antek como yo sonreímos inocentes y volteamos a mirar a Godfrey, ambos le rogamos con la mirada que me dejara quedarme. Estábamos en medio de la nada, nadie se daría cuenta que estaba aquí, es más, ¿a quién demonios le importaba? No habría ningún problema.

—Bueno, la señorita puede pasar la noche aquí. —finalmente accedió tras un suspiro de rendición—. Pero con una condición.

—¿Condición? —preguntamos Antek y yo al mismo tiempo, tras perder nuestra sonrisa.

—El joven Antek tiene mucho trabajo atrasado, así que debe terminar la mitad antes de divertirse, la señorita puede estar un rato sola, ¿cierto?

—¡No! ¡¿Por qué?! Vamos Godfrey solo esta vez, ¿sí?, por favor. —la pobre flor no paraba de rogar, pero la posición del mayordomo fue firme—. Maldición, eres un demonio.

—Mientras más proteste más tiempo tardará.

—Sí, sí, lo que digas.

Sonriendo, miré a Antek y después le agradecí a Godfrey.

Después de un veloz almuerzo Antek salió corriendo a la oficina dejándome a cargo de Olga y pasé el tiempo en mi habitación jugando ajedrez con ella; de un momento a otro, y tras un gran acuerdo, ya estábamos hablando libremente.

—Jaque Mate, gano otra vez.

—Dioses, ¿estás segura de que jamás lo habías jugado antes?

—Esas son excusas, te enoja que sea mejor que tú aún sin experiencia. —sonreí arrogante.

—Me pregunto porque intenté retarte en primer lugar, debí esperarlo por la forma en que tratas al joven, de dónde salió tanta altanería. —se burló de mí.

Olga estaba agradándome, por alguna razón ella no se tomaba en serio mis palabras, como si supiera que era solo eran un medio de defensa contra… ¿mí? ¿Ni yo lo sé? ¿Cómo ella lo sabía?

—Ya basta, me aburro, hagamos algo más. —lo pensé por un momento mientras ella ordenaba de vuelta las piezas de ajedrez—. ¿Tienen un piano?

—¿Sabes tocar el piano también? —asentí—. ¿Hay algo que no puedas hacer?

—Bordar. —respondí seria y rápidamente.

—Era una pregunta retórica, pero realmente no me lo esperaba, eso es básico para cualquier mujer, sea noble o no.

—Bueno, yo lo odio, por eso jamás lo aprendí.

—Lo que sea, te llevaré hasta el piano, no quiero perder más mis esperanzas. —aunque le pregunté a qué se refería, ella solo me miró con una cara que no pude descifrar, y me llevó hasta el salón.

Era un lugar diferente al que había estado cuando el médico me revisó la última vez, seguramente porque esta vez la sala estaba en el segundo piso. Esta era del mismo color que la habitación en la que estaba, pero las cortinas de un azul translúcido dejaban pasar la luz del sol iluminando el piano color ébano ubicado en el centro de la habitación.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora