Capítulo 39

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Sentada en una esquina del carruaje y cubierta por la gran capa de Lennart, solté un pesado suspiro a la vez que presionaba mis manos húmedas y temblorosas, frotándolas contra mi ropa, tratando de calmarme.

Pero a pesar del horrible sentimiento que aún apretaba mi corazón, una estruendosa risa resonó por todo el carruaje, haciéndome brincar del susto. Era Lennart, que parecía haber aguantado la risa desde hace un tiempo.

-¿Qué diablos? -dije con molestia mientras me bajaba la capucha.

A pesar de mi queja, su intensa risa no paró, avergonzándome.

Yo estaba realmente asustada y resulta que este sujeto tenía cara de perro molesto solo porque intentaba no explotar a carcajadas frente al príncipe.

-¿No te callarás? Realmente quieres que te golpeé, ¿cierto?

-Bueno, no me molestaría ser golpeado por ti.

Aunque ciertamente había parado de burlarse de mí, ahora estaba peligrosamente cerca haciendo cara de degenerado.

-Pervertido. -mascullé.

Él, que me escuchó, se alejó sin quitar su sonrisa llena de satisfacción.

-¿Por qué demonios no paras de sonreír?

Ante mi pregunta, volteó a mirarme y pude notar un brillo inusual en sus ojos, uno que hace un tiempo no veía.

Estaba genuinamente feliz.

-Acabo de robarte de ese príncipe estúpido enfrente de sus narices.

Cuando lo dijo en voz alta, pareció satisfacerle aún más la situación, porque, así como sus dientes se mostraron en su sonrisa, el brillo en sus ojos se intensificó.

No pude evitar sentir algo de pena por él, aunque sinceramente también quise reír. Escapar de Antek fue más sencillo de lo que imaginé, me comí la cabeza por nada, él ni siquiera sospechó de nosotros y nos dejó pasar sin más.

De pronto, noté que estaba rodeada de hombres demasiado tontos. Aunque de alguna manera es bueno para mí, no puedo evitar sentirme decepcionada.

[...]

-¡Su señoría!

Los gritos de Shiela me trajeron de regreso al presente, a la horrible realidad que ahora sufría.

Siete sirvientas iban y venían de un lado a otro por toda mi habitación escogiendo vestidos, joyas y zapatos, mientras que la chica de ojos azul verdoso me decía que dejara de moverme para poder terminar de peinarme.

Había pasado cerca de una hora y ni siquiera mi cabello estaba arreglado, todo porque ningún estilo le gustaba, desde un moño, trenzas o suelto, pero rizado. Al final siempre terminaba de manera extraña.

-Agh, esto no está bien, ¿por qué nada funciona el día de hoy? -se quejó, frustrada.

-El tiempo se está acabando Shiela, ¿qué estás haciendo? -una de las sirvientas, que apareció desde el armario sosteniendo 5 vestidos al mismo tiempo, le habló a la susodicha con preocupación-. A este paso no quedará tiempo para que vistamos a su señoría.

El lugar en el que me encontraba era una de las habitaciones vacías que quedaban en la mansión, ya que Shiela se había quejado porque, según ella, mi habitación era demasiado pequeña a pesar de que era la marquesa. Así que, el mayordomo me ayudó a moverme a una de las habitaciones más grandes.

Mi dormitorio ahora era cuatro veces más grande que mi antigua habitación.

La cama con dosel en el centro, el candelabro de cristal un poco más al frente y un tocador al lado de la cama justo en el mismo lugar donde estaban un par de grandes ventanales arqueados cubiertos por gruesas cortinas azules como el cielo, que dirigían cada uno a una terraza, la cual tenía espacio suficiente para tomar el té.

No soy CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora