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Cuando llegue a casa lo que encontré fue un desastre. Era como si tuviera tres niños y los hubiera dejado solos. Comencé a recoger las cosas hasta llegar a la sala donde estaba Lisa tirada en el sofá jugando con su Play Station y los cascos puestos. Se los quité con suavidad y se sorprendió al darse cuenta que estaba en casa.

—¿Pasó algo? ¿Qué haces aquí? —preguntó levantándose del sofá.

Sin un saludo, ni besos, ni mimos. No, así no era a lo que yo estaba acostumbrada con mi chica.

—¿Comiste? Te dejé la comida en el horno.

—Comí unas galletas.

—¿Te refieres a las cajas que están tiradas en el suelo? Eso no es comida, Lisa.

—Era lo que quería comer —dijo.

—Te estás comportando como una idiota y lo sabes.

Lisa titubeó, pero volvió con más malcriadeces.

—¿Qué haces en casa?

—Estoy cansada de trabajar, así que me tomaré la tarde libre.

—Claro, como no es la empresa de tu familia —murmuró con sarcasmo.

—Lisa, soy tu mujer, y cuando me convertí en ella, asumí todo lo tuyo como mío y lo mío como tuyo. Acepté el coche, las tarjetas y un montón de cosas más. Trabajo día y noche en tu empresa para que ahora me digas eso.

—Lo acabas de decir, <<tu empresa>>. Dices acepté esto y lo otro como obligada.

—Para evitarte escuchar cosas como las que acabas de decir.

Al menos tuvo la cortesía de no continuar con el tema. Ella sabía muy bien que la estaba apoyando, pero se sentía culpable por lo ocurrido y una de las maneras que encontraba para defenderse era alejándose de mí. Lo peor era que, como siguiera por ese camino, lo lograría.

—Como quieras. Quédate y descansa, no te molestaré.

Se sentó de nuevo en el sofá, activó el juego y se puso los cascos. Yo me senté en la mesa a revisar los papeles mientras la miraba comer galletas y subir sus pies en mi preciosa mesa. Aquello tenía que terminar.

Me fui hasta la cocina y llené un gran recipiente con agua, lo sentía por mi sofá, pero Lisa compraría uno nuevo después.

Caminé hasta donde estaba y le tiré todo el agua encima. Lisa tiró los cascos y el mando lo más lejos que pudo, y saltó del sofá.

—¡¡¿Estás loca, mujer?!! ¡¿Qué haces?! —el agua se escurría por su cara de sorpresa.

—Necesito a mi esposa y no la encuentro. Si sabes dónde estás, avísame.

—Estoy aquí, ¿no me ves?

Era un poco gracioso verla toda empapada, realmente tenía su encanto haberla mojado.

—No la veo, todos esos papeles necesitan ser revisados y evaluados. Mi mujer no me tendría trabajando como una esclava, sin atenciones, sin mimos. Tirada en mi sala, sin ducharse, rodando galletas por todos lados.

Lisa recorrió la estancia con la mirada, viendo su desastre y se dejó caer en el sofá.

—Todo esto es mi culpa.

—No lo es, mi amor, pero lo que pase de ahora en adelante si lo será si no tomas las riendas del problema.

Se quedó mirándome por unos largos segundos. Dependía de ella seguir adelante o dejarse vencer.

El Amor No Tiene Escape[Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora