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-Narra Lisa-

Jennie tomó mi mano y me llevó hasta la habitación. No era así como lo había pensado, pero tampoco iba a quejarme. Apenas entré me detuve, podía percibir el olor de su perfume. La cama era de madera con unos corazones grabados como decoración. Había pasado tanto tiempo lejos de su cama por mis estúpidos celos que no me dejaban ver un poco más allá. No pude evitar disculparme de nuevo.

—Perdóname, Jennie.

Ella se acercó lentamente a mí, como si yo fuera un animal a punto de salir corriendo de su captor, cuando realmente lo que quería era entrar en su jaula para siempre y que no me dejara salir nunca. Tomó mi rostro entre sus manos y comenzó a besar mi ojo lesionado. Con dulzura y ternura. Su contacto, más que dolor, me producía una descarga eléctrica por mi cuerpo. Sus labios descendieron viajando por mi cuello con lentitud. Sus manos fueron hasta mi camisa y comenzó a desabotonarla con lentitud. Sus labios volvieron a mi rostro y yo me dejaba hacer a su voluntad.

Una vez que retiró la camisa, sus dedos viajaron por mi costado hasta ubicar el golpe. Tenía un hematoma que estaba demasiado feo para lo poco que me dolía.

—Lisa, mi amor... —susurró con preocupación.

Yo quise responderle, pero de inmediato sus labios, besando el golpe en mi costado, me lo impidieron. El solo sentir sus labios era tan reconfortante. Ella podía sanar mi alma con una caricia.

Cerré mis ojos dejándome llevar por sus caricias. Sus dedos recorrían mi pecho sin detenerse en ningún lugar en particular, pero haciéndome sentirla en todo mi ser. Yo traté de devolverle las caricias, pero no me lo permitió. Esto lo llevaría ella.

Desabrochó mi pantalón y comenzó a bajarlo, mientras sus uñas rozaban mis piernas produciendo un dulce escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Levanté los pies, uno a uno, para dejarle sacar mis zapatos y pantalones. Me sentía un poco vulnerable de esa manera, pero con ella, estaba confiada siempre.

Cuando terminó, tomó mi mano y me invitó a sentarme en la cama. Al hacerlo, ella me besó con intensidad; luego recorrió mis labios con su lengua. Yo no pude aguantar más la falta de contacto y acaricié sus piernas hasta llegar al borde del largo camisón. Para mi placer, esta vez no me detuvo y esa fue la invitación para aceptar mis caricias. Mis manos viajaron dentro de su ropa para buscar con ansias su trasero y atraerla a mí. Con un grácil movimiento se quitó el camisón, quedando solo en ropa interior frente a mí. Mi corazón se puso a mil por hora al ver su desnudez y notar que su vientre, casi imperceptiblemente, comenzaba a crecer. Llevaba a mi hijo en él y eso me embargaba de sensaciones deliciosas y nuevas para mí. La felicidad y la euforia me llenaron. Tuve ganas de reír, de gritar y de llorar al mismo tiempo.

Con delicadeza comencé a besar su vientre y la abracé por la cintura atrayéndola a mí. Quería llenarla de amor. De mi amor.

Levanté la mirada para encontrar sus ojos. Estaban radiantes de alegría. Puso su mano en mi hombro haciéndome tumbarme sobre la cama. Me cubrió con su cuerpo. Sus manos me acariciaban con dulzura. Su labios me cubrían centímetro a centímetro. Me sentía amada en ese instante y mi cuerpo estaba cada vez más dispuesto a recibir sus caricias.

Cuando desabrochó mi sujetador y dejó expuestos mis senos, un gemido escapó de mí ante la anticipación. El hambre en sus ojos, sus labios aproximándose a mis pezones, era solo el preámbulo de lo que vendría.

El calor de su boca me inundó, la presión que ejercía mientras succionaba me erizaba el cuerpo. La apreté contra mí pidiendo más, pero ella no estaba dispuesta a ceder y me martirizaba con sus suaves caricias.

—Jennie, te amo —susurre.

Ella abandonó mis senos y se movió hasta llegar a mi cara. Me miró fijamente a los ojos.

El Amor No Tiene Escape[Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora